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martes, 7 de agosto de 2012

¡AY, PENA DE MI!

Nunca tuve tantos pretendientes como desde que me dedico a este negocio. Claro que tiene un “pero”. Ninguno tiene menos de ochenta  años:  la mayoría roza o supera los noventa. Además, si sueltan alguna inconveniencia, te dicen que no se acuerdan, que “se les va la cabeza” y la pobre “demencia” lleva las culpas de todo.
Tenía un nonagenario ingresado que siempre que venía la enfermera le decía algún piropo, todo sonriente y zalamero.
-                           Fulano-, le dije -que ya no está usted para estos trotes. Que le va a repetir el infarto-.
-                           ¡Ayyy doctoriña, que la zorra pierde el pelo, pero no las mañas!
Con esta ilusión, es fácil que llegue a los cien o más allá, incluso. Cuando se fue de alta, todas fuimos a despedirlo: médicas, enfermeras, auxiliares… Cada una había recibido algún “halago” de este latin lover geriátrico y queríamos agradecerle sus piropos.

         Un día estaba de guardia e ingresé a un anciano de 85 años con un pequeño infarto. Estaba bastante bien para su edad y, como urgencias estaba colapsado, lo dejé en un sofá en el pasillo con un monitor y el suero pegado con un esparadrapo en la pared en espera de cama (todo última tecnología). Yo iba de un lado a otro y miraba de reojo el monitor. Cada vez que pasaba cerca de él, le oía exclamar arrastrando la voz y las palabras:
-        ¡Ayyy, pena de min!-
-                           ¿Qué le pasa? ¿Tiene dolor?
-                           No tengo ninguno doctora.
Yo seguía apurada y él seguía con su cantinela lastimosa: - ¡Ayy, pena de min!-. Al tercer “pena de min” que le oí, me acerqué y le pregunté:
-                           Pero, ¿qué le pasa? ¿Se encuentra mal?
-                           No, doctora. Es que tengo pena de min por haber quedado soltero habiendo estas médicas ¡tan guapas!

¡Ole! Y ¡Ole!, por este don Juan infartado y por esos oculistas que no le habían querido operar las cataratas, porque “era muy mayor”. Gracias a eso, veía muy mal y todas le parecíamos Sofía Loren. ¡Qué sabrán los oculistas lo que es ser “muy mayor”!

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