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lunes, 9 de diciembre de 2013

CLIENTES HABITUALES

    
 Algunos pacientes son tan habituales del servicio de urgencias que todo el mundo les conoce y ellos, a su vez, conocen a todo el personal. Por eso, cuando llegan ya no tienen que explicar nada porque en teoría todos saben lo que tienen sin necesidad de preguntarles. El problema es cuando hay algún médico nuevo que no conoce a los “frecuentadores” de ese servicio (este es el nombre que se les da en la literatura médica). Entonces es cuando se presentan conversaciones como la siguiente, que es totalmente verídica:
-          ¡Buenas tardes, señora! ¿Qué le ocurre?
-          Usted ya sabe, soy la de siempre.
-          Yo no la conozco.
-          Pues soy yo, y vengo por lo de siempre.
-          ¿La fatiga?- se aventuró el médico.
-          No, el “achuchón” de siempre.
-          ¿Y cual es? Deme una pista…
-          El del corazón, doctor- dijo con impaciencia.
-          Bueno, pues le haremos lo de siempre.
-          Muy bien, porque para bien o para mal estamos aquí.

            Esta misma señora también dijo que era alérgica a “todo lo de Bayer”.
-          ¿A la aspirina y derivados?- le preguntaron, pensando que la aspirina es el producto más conocido de Bayer.
-          A todo.
-          ¿A los insecticidas también?
-          Por supuesto. Ya le he dicho que a todo lo de Bayer.

jueves, 21 de noviembre de 2013

HISTORIAS DE NONAGENARIOS



           Llegar a los noventa y poder seguir disfrutando de la vida es un privilegio que está reservado a unos pocos. No sabemos cual es el secreto de esta longevidad de calidad; unos dicen  que beber un vaso de vino al día, otros que hacer deporte, otros que no fumar... Los que yo he conocido y que se mantienen activos tienen dos características comunes: mantienen viva su curiosidad y hacen planes de futuro.

          Uno de ellos tiene noventa y seis años y acude a la consulta de forma regular. Viene hecho un pincel y suele hacer siempre la misma pregunta:
-¿Duraré esta semana?- dice con una sonrisa pícara.- Es que tenía pensado ir con los "muchachos" a tomarnos un cocido a un pueblo que está a noventa kilómetros y como soy el único que aún tengo carnet...- me aclara.
           Cuando hablaba de los "muchachos", inicialmente pensé que se refería a sus nietos y quise felicitarlo por ser un abuelo tan enrollado.
- ¡Qué suerte tienen sus nietos!
- No son mis nietos -me aclara-. Son cuatro amigos míos de siempre que entre todos sumandos casi quinientos años. Cuando bajamos del coche, la gente nos mira con asombro, porque ven cinco ancianos que caminan con bastones y medio renqueando.


           Su radio de acción es de unos doscientos kilómetros, y suelen desplazarse  semanalmente para comer un cocido, un magosto, un cordero, una mariscada o lo que toque. Como son conscientes de que el tiempo se les acaba, han decidido aprovecharlo al máximo. El objetivo principal de estos viajes gerontológicos es darse un homenaje gastronómico. Además se lo pasan bien y saborean juntos uno de los pocos placeres que aún pueden disfrutar. No deberían comer así porque tienen achaques varios, pero tampoco hay que hacer caso a todo lo que digan los médicos.

         Esta semana he conocido a una mujer de  95 años que vino a hacerse una revisión para ver  si podía viajar. Intenté no poner cara de sorpresa y pregunté con curiosidad:
¿A dónde?- pensando que sería un viajecito corto en coche.
A Ecuador- me contestó. Son trece horas de avión y como ya tengo una edad, quiero ir bien.      

Me pareció una quimera. Apenas se levantaba de la silla de ruedas para dar dos pasos, pero tenía la costumbre de pasar unos meses allí con una hija. Iba muy segura porque conocía a los pilotos -que eran guapísimos, me aseguró- y la trataban como a una viajera especial. La invitaban a pasar a la cabina, donde sólo habían entrado los Reyes de España y ella, y le ofrecían champan. Le gustaba descender del avión en la silla de ruedas y con su champan en la mano. Tenía una agilidad de mente asombrosa y le pregunté cómo se mantenía así.
Juego al poker. Usted sabe jugar al poker?
Me apenó tener que decirle que no, y ella enseguida se ofreció a enseñarme, porque no encontraba rivales a su altura. Me hizo muchísimas preguntas y en diez minutos ya sabía toda  mi vida. Me prometió que a la vuelta de Ecuador vendría a la consulta y, la verdad, lo estoy deseando porque seguro que trae miles de historias que contar.

viernes, 1 de noviembre de 2013

LOS PELIGROS DE LAS PISCINAS

           Existen muchos peligros en la vida que están ahí, acechandonos continuamente y cuando menos te lo esperas, ¡zas!, te dejan K.O. Tenemos el tabaco, el alcohol, la sal, la bollería industrial,  la velocidad al volante...  y ahora también las piscinas. Si, si, no me he equivocado. Las piscinas son muy peligrosas, y después de leer este post seguro que estáis de acuerdo conmigo.

             Hace un tiempo, tuvimos una chica joven, veinteañera, que venía por dolor abdominal. Siempre preguntas por posibilidades de embarazo y la respuesta suele ser: "-imposible"-, dicho la mayor parte de las veces con los ojos muy abiertos y cara de mosqueo. Esta chica venía con su madre, la cual se ofendió de que le hiciesen esa pregunta a su hija y, cuando el test de embarazo fue positivo, su cara de sorpresa fue mayúscula.

- Eso es imposible- no dijo la madre.
- ¿Por qué dice eso?
- Es imposible porque mi hija no tiene novio...

No podíamos creer que hubiese que explicarle a aquella señora que eso no era un impedimento. De repente, nos dijo:
- Ahora que lo pienso, ¿esto no podrá haber sido en la piscina?
- Bueno,-titubeó el médico de urgencias-en realidad si que pudo haber sido en la piscina...
- Claro, mira que le dije que esas toallas las usaba todo el mundo-le dijo a su hija. -Mira que te dije que llevases las toallas de casa...

       Supongo que habría que explicarle que los reyes son los padres y que los niños no los trae la cigüeña desde París, pero nadie quiso quitarle la ilusión. Que esto ocurriese en el siglo XIX podía colar, pero en el XXI me temo que no.

sábado, 26 de octubre de 2013

SABER IDIOMAS ES MUY IMPORTANTE

Esta es una frase que escuchamos periódicamente y de la que nos acordamos cuando tenemos alguna dificultad en el extranjero y nos atascamos con el inglés. Mucha gente hace el propósito de matricularse en algún curso nada más llegar a su casa, pero estos deseos se ven diluidos en el ajetreo cotidiano y no nos acordamos más del asunto hasta que volvemos a encontrarnos en las mismas dificultades. Al trabajar en una ciudad con un importante puerto de mar, en ocasiones nos ingresan tripulantes de barcos de distintas nacionalidades. Si proceden de un barco de pasajeros, hablan bien inglés, pero cuando vienen de barcos de pesca, no suele ser así. En una ocasión tuve ingresado un indonesio muy moreno y sonriente. La enfermera se acercó a primera hora y me dijo:
-         - Tienes ingresado en tus camas a un indonesio, pero no te preocupes que habla español.
-       -   ¡Qué bien! Y, ¿cómo lo sabes?
-       -   Le he preguntado si hablaba español y me ha dicho que si.
-       -   Es raro que sepa hablar español siendo indonesio. ¿No será inglés lo que habla?
-        -  No le pregunté por el inglés; como habla español, no me pareció necesario.

Allá me fui a hablar con el indonesio castellano-parlante, contenta de no tener que practicar el inglés.
-        -  ¡Buenos días! Me han dicho que habla usted español.
Lució una gran sonrisa y me dijo:
-        - Si.
-       -  ¿Es usted de Indonesia?
-        - Si.
-        - Y, ¿qué hace aquí? ¿Trabaja en la pesca?
-        - Si

Todos esos “sies” iban acompañados de su gran sonrisa, enseñándome una hilera de dientes blancos. Debí haber sospechado algo raro, pero cada vez estaba más confiada y maravillada con lo bien que me entendía y que hablaba español. Hasta que empecé a preguntarle por su enfermedad.
-         -¿Desde cuando se encuentra mal?
-       -  Si.
Pensé que no me había entendido y repetí la pregunta.
-        - ¿Desde cuando se encuentra mal?
-       -  Si.
-       -  ¿No tiene usted ni idea de español, eh?
-        - Si
-        - Do you speak english?
-       -  Si.
-       -  Parle-vous français?
-       -  Si.
-       -  ¿La enfermera y yo somos tontas?
-       -  Si.

Menos mal que existe el Google traductor, porque sin él hubiese sido imposible saber qué le pasaba. Yo tecleaba en el móvil lo que quería preguntarle y él tecleaba lo que quería contestarme, y después me miraba, me sonreía y me decía: - Si-. Así que no tengo claro si aquel “si” era la única palabra que él sabía de español o la única que yo aprendí de Indonesio.

domingo, 20 de octubre de 2013

EL DESEMBARCO DE NORMANDíA

La ciudad donde vivo tiene un puerto importante en el que atracan grandes cruceros, de esos que son auténticas ciudades flotantes con más de cinco mil pasajeros a bordo. Esos barcos están llenos de octogenarios y nonagenarias a los que no se les pone nada por delante y que suben llenos de ilusión a surcar los mares. Los más habituales son ingleses, ellas con sus faldas y blusas de diferente estampado (of course) y ellos con sus chaquetas de tweed. Ambos con los pies calzados con unas sandalias tirando a rústicas y sus inconfundibles calcetines. Siempre pienso que son los supervivientes del desembarco de Normandía y que si hubiese una tercera guerra mundial, también nos sobrevivirían a todos. Embarcan con sus maletas llenas de moda Britihs vintage y su lista interminable de achaques, medicamentos, andadores, sillas de ruedas y, algunos incluso, con sus turnos de diálisis bien establecidos. Existen unos verdaderos hospitales a bordo y un personal médico y de enfermería altamente competente, lo cual es muy necesario dado el tipo de pasaje que llevan. En cada puerto al que van deben desembarcar a alguno de estos pasajeros para ir al hospital, bien porque tienen un achaque nuevo o porque se le reagudiza uno de los que ya presentaban. Las consignatarias de los buques se encargan de facilitar el traslado al hospital y en nuestro caso casi siempre venían acompañados de la misma persona. Se trataba de un hombre de mediana edad que hablaba inglés con bastante fluidez y que en muchos casos servía incluso de traductor. Se interesaba por cada paciente y venía casi todos los días, por lo que yo siempre le daba información médica acerca de lo que padecía el paciente y cuantos días calculaba que tardaría en ponerse bien. Pensaba que trabajaba en la consignataria como una especie de intermediario y que era a quien yo debía informar. Si yo le hablaba de insuficiencia cardíaca  él parecía que era un experto y estaba de acuerdo en el tratamiento y en los días que debería durar el ingreso. Si le contaba que el paciente tenía una neumonía, por supuesto le parecía correcto el antibiótico y que podían presentarse complicaciones imprevistas. Cuando mi inglés se atascaba al explicarle al paciente su enfermedad, él le daba una charla de media hora de cual era su diagnóstico, que tratamiento le estábamos poniendo y no sé cuantas cosas más. Pasó el tiempo y yo creía que aunque no fuese médico, sería enfermero o algo parecido y que la consignataria había tenido mucha suerte de contratarlo. Así que cada vez le explicaba más y más cosas de enfermedades comunes y de otras mucho más raras que escuchaba con mucha atención, e incluso hacía comentarios bastante acertados para no ser médico. Pasaron así unos cuatro años hasta que un día en que tenía ingresada una paciente inglesa y la iba a dar de alta, le digo a la supervisora de la planta:
-          Hay que llamar a “fulano” para arreglar lo del alta de esta señora.
-          ¿”Fulano”? ¿El taxista? ¿No sería mejor llamar a la consignataria?
-          ¿Cómo que taxista? ¿No trabaja para la consignataria?
-          Bueno, si. Es uno de los taxistas que tienen contratados para transportar a los pasajeros.

¿Taxista? Casi me caigo del susto. Llevaba cuatro años dándole todo tipo de explicaciones médicas de enfermedades, diagnósticos, tratamientos y pronóstico. Y lo que es peor, daba su opinión sobre estos temas y es bastante acertada. Tuve que sentarme y tomarme una tila, mientras la supervisora y las enfermeras se reían de mí. 

domingo, 1 de septiembre de 2013

YO NO ME FÍO DE LOS MÉDICOS


       Hay personas que no se fían nada de lo que les diga el médico, ya sea con respecto a un diagnóstico o a un tratamiento. Si les das dos pastillas, se toman una, y si les dices durante diez días, ellos deciden que con cinco es suficiente. Al final se curan igual, así que quizá no vayan tan descaminados. Modifican la dosis, los días e incluso por dónde hay que tomárselas. Siempre hay algún compañero (de los más veteranos) que cuenta que una vez le recetó unos supositorios a un paciente y que éste vino quejándose de lo mal que sabían aquellas pastillas que le habían sido tan difíciles de tragar.

         Hace poco tuve una paciente octogenaria con un Lupus a la que le recomendé una crema de protección solar total, ya que estos enfermos tienen contraindicado tomar el sol. Cuando vino a la revisión, tenía unas lesiones en la cara que estaban claramente relacionadas con la exposición solar.
- ¿Se está usted poniendo la crema de protección solar que le mandé?- le pregunté.
- Yo tomo todo lo que usted me manda- me dijo.
- Yo creo que no, porque esas lesiones son del sol.
- Pues yo me la pongo siempre, como usted me dijo- se defendió.
- Y, ¿cuándo se la pone?
- Por las noches antes de acostarme- me dijo, tan contenta.
- Pero, ¿cómo se pone la crema de protección solar antes de acostarse por la noche?
- Porque usted me dijo que era para las arrugas y entonces es antes de acostarse.
- Yo no le pude decir eso...
- Sí que me lo dijo...
- Yo no receto cremas para las arrugas, porque eso no es una enfermedad.
- Pues a mi sí que me la dio.
No hubo manera de convencerla, así que supongo que seguirá haciendo lo que considere oportuno, porque a estas alturas no creo que sea capaz de hacerle cambiar de opinión.

        Después hay algunos que prefieren ponerse en manos de otro tipo de  "profesionales". Se muestran reacios a creerse un diagnóstico, aunque éste haya sido hecho con una resonancia de última generación o con una analítica súperespecífica. Son los que se fían más del "brujo" y siguen sus instrucciones al pie de la letra.  En mi caso, el paciente no se quiso tomar un comprimido cada 12 horas de unas pastillas, pero quemó  unos hierbajos como se le indicó y pasó tres veces por encima de lo quemado durante 9 días consecutivos. Además, le hizo unas ceremonias de limpieza de su casa, porque había algo extraño en ella. Al parecer, todo lo que le pasaba era consecuencia de un vecino que se había muerto quince días antes pero que no estaba "descansando" bien. Siguiendo estas "fáciles" instrucciones reconoce que mejoró el 90%. Al parecer, le resultaba  mucho más sencillo quemar y saltar unos hierbajos, y traer a un tipo a su casa a quemar velas e inciensos por un módico precio, que tomarse una pastilla. Como bien me comentó: "yo no me fío de los médicos". No me parece mal. No es bueno creerse todo como si fuese cuestión de fe. Pero, atribuir tu enfermedad al mal de ojo que te han echado como si viviésemos en el siglo XVI me parece de novela de Ken Follett.

sábado, 17 de agosto de 2013

EL COLOR DEL DINERO



              Mi experiencia con la pediatría es muy escasa pero parece que con los niños es preciso agudizar el ingenio para poder explorarlos y atenderlos en la consulta. Yo lo que veo son ancianos, con los que hay que ser doblemente astutos ya que son dos veces niños. Así, es preciso tener inventiva para que coman algo más que natillas y gelatinas, para que beban agua, para que se muevan a pesar de la artrosis. He tenido ingresada a una nonagenaria que al parecer tenía demencia (de esas demencias selectivas que hacen que se les olvide sólo lo que no les interesa) pero que sabía perfectamente cuando era primero de mes. El día exacto quería su pensión y, si no se la daban, se negaba a comer e iniciaba una huelga de hambre que sólo terminaba cuando tenía los billetes a buen recaudo, entre los refajos. Tan pronto como se los traían, los escondía repartiéndolos  entre el camisón, el pañal, la almohada... y después, cuando creía que no la veían, los sacaba y los contaba cuidadosamente, uno a uno, mirándolos con cariño. Entonces, los volvía a guardar para sacarlos al día siguiente y repetir la operación una vez por la mañana y otra por la tarde. Tenían que ser 500 euros y en billetes de 50; no quería de 20 ni de 10. No necesitaba cambio, puesto que no salía de casa y nunca compraba nada.   Coincidió el ingreso con la fecha de cobro y, de repente, un día dejó de comer sin que hubiese ningún factor médico que me lo explicase. El primer día no le di importancia, pero al segundo día le comenté el asunto a su hijo porque me preocupaba la evolución y retroceder todo lo que se había avanzado.

- Su madre no está comiendo y no tengo claro qué le pasa porque hasta ahora iba muy bien- le digo a su hijo. Inmediatamente me contesta:
- Esto seguro que es por el dinero.
- ¿Por el dinero?- pregunté extrañada, pensando que igual estaba preocupada por sí tenía que pagar algo del hospital.

Entonces me contó la historia del cobro puntual de todos los días uno de cada mes y de cómo esos billetes quedan absolutamente inservibles al cabo de unos días por el deterioro del papel.
- ¿Pero estáis tirando 500 euros cada mes?- le pregunto.
- ¡Uy!, nada de eso. Al principio intentamos razonar con ella pero no había manera, así que ahora le hacemos unas fotocopias en color de billetes de 50 euros y se los damos. Ella los va metiendo debajo del colchón cuando le traemos los nuevos y de vez en cuando, si conseguimos sacarla a dar un paseo, hacemos un poco de limpieza de papeles.

              Así que pasar visita se hizo más divertido cuando auscultándole te dabas cuenta de que lo que crujía debajo del camisón era un billete falso de 50 euros. ¡Qué sensación! Solo espero que un día no se le ocurra intentar comprar algo a contra reembolso...




domingo, 21 de abril de 2013

PARECIDOS RAZONABLES

Los procesos de adquisición del conocimiento son complejos y gran parte de lo que aprendemos lo hacemos por "similitud". Todos hemos usado esas reglas nemotécnicas que nos ayudaban a recordar unos nombres imposibles que tenían todos los boletos para caer en el examen de turno. En medicina usamos muchas palabras técnicas, siglas, abreviaturas y todo tipo de lenguaje enrevesado que incluso a los médicos nos cuesta aprender. Sin embargo, se las decimos a los pacientes, así sin más, y ellos asienten y parece que nos comprenden. Estas últimas semanas hemos tenido varios ejemplos de  este fenómeno lexicológico. Así, una paciente comentó que una vez tuvo anemia por falta de "ÁCIDO FOLCLÓRICO" en lugar de ácido fólico. Su médico, cuando la oyó, apartó la vista del ordenador sonriendo, esperando que ella también estuviese sonriendo por haberle gastado una broma. Pero no. Allí estaba, mirándolo seriamente, como si tener déficit de ácido folclórico fuese lo más normal del mundo. Tantas horas de Pantoja en la televisión empiezan a tener efectos secundarios y, por lo que se ve, a perjudicar seriamente la salud.
 
A un amigo psiquiatra, esta semana un paciente le dijo que no pensaba tomar más risperidona porque desde que se la había recetado estaba "DE CARPA CAIDA". Lo de la "capa" no le parecía suficiente y una carpa refleja mejor la magnitud de la tragedia por la que estaba pasando.
Otro paciente comentó que a él ya le habían hecho una " TELESCOPIA" y que no se la repetía nunca más, de ninguna de las maneras. Se refería a la colonoscopia y supongo que mientras el endoscopista le veía el colon, lo pasó tan mal que vería las estrellas, de ahí la similitud.
Con las técnicas de Radiología algunos también se lían y así uno nos dijo que mientras su mujer estaba haciéndose la prueba de LAS MAMAS FRÍAS, él aprovechaba para tomarse un café (supongo que caliente). Otro preguntó por dónde se iba para hacerse la RESUSTANCIA MAGNIFICA. Por lo que se ve, le pareció magnífico que le pidiesen una Resonancia magnética. Algunos, no sé bien en qué están pensando cuando al Cateterismo cardiaco le llaman CATACLISMO, CATETO o también hay otra variante que es CATECISMO y al Escáner le dicen ESCARNIO.
 
Además, esta semana un paciente me ha contado una anécdota de un amigo suyo que por la mañana se tomaba una copa de aguardiente y decía tan tranquilo que era lo mejor para matar los "MINICROBIOS". Efectivamente, son pequeñísimos, minúsculos, diminutos, microscópicos... Son "minicrobios" y "minicrobias". Lo mejor es su frase final, cuando ya se levantaba para irse de la consulta:
- Se lo cuento, doctora, porque sé lo mucho que le gustan estas anécdotas.
¡Ay madre! ¿Será lector del blog? Tiene 85 años, así que espero que no esté muy puesto en tecnologías.
 

domingo, 7 de abril de 2013

¿TIENE USTED ALGUNA ENFERMEDAD IMPORTANTE?


Una de las preguntas que hacemos habitualmente cuando estamos elaborando una historia clínica de un enfermo es si tiene alguna enfermedad importante. En muchos casos, el que tiene que contestarnos es el pariente más cercano –hijos, cónyuge, etc -que a veces no tiene mucha idea. Una vez tuve ingresado a un paciente que no estaba para muchos interrogatorios, así que le hice la historia a una hija de unos treinta años que parecía ser la que manejaba la situación.
-¿Tu padre tiene alguna enfermedad importante?-le pregunté.

Tras pensarlo un momento me contestó:
- Pues si, una vez le dijo el médico que tenía piedras en la vagina.
- Mira, -le dije lo más seria que pude- no puede ser. Los hombres no tienen vagina.
- Fue el médico el que se lo dijo- me replicó.
- Bueno, quizás fuese en la vesícula -le aclaré.
- Eso, en la vesícula. ¿No es lo mismo? –me preguntó con curiosidad.

Otro paciente que tuve hace poco ingresado me dijo que enfermedades importantes no había tenido, pero que había estado dos años ingresado en Madrid en un hospital cuando era joven.
- Si estuvo tanto tiempo debió ser algo grave –le expliqué. ¿Por qué estuvo ingresado?
-  No era nada. Cuando estuve mejor me dejaron irme.
- ¿Pero por qué estaba allí?- le insistí.
- No lo sé exactamente. Sólo recuerdo que cuando me dieron el alta y salí de allí, me senté en la parada del autobús que estaba enfrente y hablé con el edificio en voz alta y le dije: -¡cabrón!, me voy para casa. ¡Ahí te quedas!-.

Esto de hablar con el hospital pero no con el médico que le llevaba me hizo sospechar que debía de ser algo psiquiátrico, pero fui incapaz de concretar la causa del ingreso tan prolongado. Lo intenté por todos los medios, pero no hubo forma, así que cuando le di el alta, me asomé al ventanal desde el que se ve la parada del autobús, esperando verlo allí, hablando en voz alta con el edificio:

¡Cabrón! me voy para casa.

lunes, 25 de marzo de 2013

EL EMBARAZO MAS LARGO DE LA HISTORIA


 
Hoy por la mañana he tenido un flashback, o un déjà vu, o ambos al mismo tiempo. La historia comienza hace más de 10 años, cuando era residente en el hospital.  Teníamos un paciente que ingresaba muchas veces por distintos motivos y siempre venía acompañado de su novia. Realmente, la que parecía que estaba ingresada era ella, ya que se ponía pijama por la noche, nos pedía un vasito de leche y un orfidal para dormir mejor, y llamaba al timbre de las enfermeras más veces que su novio. La justificación siempre era la misma: “es que estoy embarazada, ¿sabes?”. Un día que estaba de guardia, me pidió si le daba un bocadillo porque estaba embarazada, su novio estaba mal y no podía ir a comprarse uno por no dejarlo solo. Yo no le notaba nada que revelase un embarazo oculto, pero tampoco tenía motivos para dudar. Así que bajé al comedor de guardia, cogí un bocadillo de queso de los que se comían los traumatólogos y los cirujanos por la noche cuando salían de algún quirófano urgente a horas intempestivas y se lo subí. Cuando me dijo que el queso no le gustaba y que lo prefería de chorizo, empecé a sospechar que igual me estaba tomando el pelo, lo cual me confirmaron las enfermeras que ya la conocían de otros ingresos.  Con el paso de los días me fui dando cuenta de que pedía el bocadillo casi todos los días, dinero para el autobús, pasta de dientes, un peine… y todo con la misma excusa: “es que estoy embarazada, ¿sabes?”. Supongo que no tenía dinero para comprarse nada y así iba apañando. Todos le echábamos una mano, aunque sabíamos que lo del embarazo era un camelo. Y si era verdad, el suyo estaba siendo uno de los embarazos más largos de la historia de la medicina: duró los seis años que trabajé en ese hospital y nunca ingresó para dar a luz. No sé si el novio se creía lo del embarazo porque el pobre no estaba para muchas florituras.

El caso es que hoy por la mañana fui a arreglar unos papeles a un organismo oficial y en mi fila, aunque mucho más atrás, me pareció observar una cara conocida. Cuando estaba pensando de qué la conocía,  veo que se me acerca y oigo una voz que me dice:

-   ¿Me dejas pasar antes que tú? Es que estoy embarazada, ¿sabes?...

Allí estaba ella, diez años después todavía embarazada(sin barriga, por supuesto). Parece que estamos ante un caso de record Ginness: "el embarazo más largo de la historia”.

domingo, 3 de marzo de 2013

LA ABUELA TECNOLÓGICA


Durante el año 1997 mis compañeros residentes de primer año y yo luchábamos por sobrevivir a las guardias de urgencias del Hospital. El asunto consistía, básicamente, en no matar a nadie y no hacer demasiado el ridículo (por ese orden). Hasta donde yo recuerdo, ninguno teníamos teléfono móvil. Es más, si nos enterábamos de que alguien tenía uno, enseguida era etiquetado como hortera sin remedio -la palabra friki no sé si existía-. Un día de guardia, en que corría de un lado a otro por el pasillo de urgencias que tenía el aspecto de una trinchera de la Primera Guerra Mundial (camillas y sillas de ruedas por todas partes), una abuela captó mi atención. Estaba en una camilla, con un peso colgando de la pierna derecha (señal inequívoca de cadera rota), esperando que la subiesen a la planta de trauma. Combinaba de forma magistral el camisón del hospital con el  pañuelo negro típico de las ancianas de aldea. Cada vez que pasaba, la oía - ¡Ay, Señor!, ¡Ay, Señor!- así que me  paré y le pregunté:
- ¿Qué le pasa? ¿Tiene dolor?
- No “filliña”, dolor no tengo.
- Entonces, ¿qué le pasa?
- Estoy preocupada por las ovejas, que van a estar solas.¡Pobriñas!
- Bueno, alguien se las cuidará. No sé, a lo mejor alguno de sus hijos. ¿Cómo se rompió la cadera?
- Estaba en el monte con las ovejas, resbalé en una piedra y me caí, y allí quedé, sin poder moverme.
- ¿Estaba usted sola?- le pregunté con curiosidad.
- Pues si- me contestó.
- Y, ¿cómo hizo para avisar? ¿Tuvo que esperar a que pasase algún vecino?
Me miró con cara de “pero que atrasada estás” y me dijo, llena de razón.
-No mujer, ¡llamé por el móvil!.
Casi me caigo allí mismo del susto. Nadie tenía móvil y aquella abuela era el Steve Jobs de la aldea. Se paseaba por el monte con sus ovejas, su perro, un bastón, vestida de negro con un pañuelo en la cabeza como la abuela del anuncio de la fabada y ¡¡¡con un móvil!!!
- ¿Tiene usted móvil?- le pregunté asombrada.
- Me lo regaló mi hijo para un apuro, y fíjese qué bien me vino.

Ahí empecé a plantearme que quizás no sería tan malo, ni tan hortera tener un móvil. (Aún pasarían cuatro años antes de que me comprase uno). Durante todo este tiempo se nos ha hecho imprescindible, y cada vez parece más claro que los psiquiatras van a tener mucho trabajo para desenganchar a los yonquis de la tecnología. Últimamente he observado que los hay adictos y luego están los otros, los maleducados. Me ha pasado ya unas cuantas veces: estoy con un paciente en la consulta explicándole algo, auscultándole... y le suena el móvil. Y lo que es peor: lo coge. Y empiezan esas conversaciones ¡taaaan interesantes!, que me llevan a pensar en salir para dejarles intimidad y que hablen de sus cosas. ¿Quién soy yo para interrumpir?
- Hombre, fulano. ¿qué tal?
- ....
- Nada, aquí en la consulta del médico, que me está auscultando...
- ....
- De momento no me ha dicho nada concreto, ya te contaré luego.
- ....
- Si, bueno, hace tiempo que me duele pero me dieron la cita con el especialista para hoy.
- ....
- Ya te digo. Si, tiene mucha lista de espera. El seguro está fatal.
- …
Aquí ya intervengo yo porque veo que aquello va para largo y ya se ha comido su tiempo y el del siguiente paciente, y otra vez voy a llegar a mi casa a las tantas.
- Oiga, dígale que le llame más tarde.
- Bueno, fulano, tengo que dejarte.

Y aún unos minutos más de cuándo quedamos que tenemos que vernos, recuerdos a tu mujer... y no sé cuantas tonterías más. Me estoy planteando poner un cartel en la puerta de la consulta que ponga algo así como “Mantengan desconectados sus teléfonos, porque pueden interferir con el estetoscopio y que su diagnóstico sea erróneo”. A ver si así consigo algo.


domingo, 24 de febrero de 2013

¿CONSULTA O MERCADILLO?


 El marketing forma parte de nuestra vida y algunos creen que cualquier lugar es bueno para hacer sus business; entre estos sitios está la consulta del médico. Por allí va desfilando gente de distintos puntos de la ciudad o de pueblos cercanos y en los que cualquier distracción que alivie y distraiga la espera, es bienvenida. Generalmente se entretienen hablando de si el médico “les acertó” o no con el diagnóstico, de quien de los presentes tiene peor la tensión o el azúcar, o el colesterol bueno o el malo. Otro tema es el número de pastillas que toman, iniciando una especie de competición numérica en la que a mayor número de píldoras, menos años de vida te quedan. En medio de este caos, un  buen vendedor puede hacer su agosto, porque siempre distrae a la tropa del tema de la enfermedad.
En el ranking de las vendedoras plastas están las de la Thermomix, como ya conté en un post anterior (Doctora, ¿usted tiene la Thermomix?) y en esa línea están también las de Stanhome, que te dejan el catálogo con marcas de bolígrafo rojo en los productos que creen que te pueden interesar. Además, en el lateral va escrito su nombre y número de teléfono y suelen decirte que te hacen precio especial si haces un pedido en grupo con tus compañeras de café. Debo aclarar que todo lo que cuento es verídico, por si alguien cree que se me está yendo la cabeza.
También hay casos más surrealistas como el de un compañero que trabaja en un hospital privado y al que un paciente intentó venderle unos calcetines -tres pares, cinco euros- para poder saldar la deuda que había contraído, ya que se había ido sin pagar. Para más recochineo apareció en la consulta para hacerse una revisión, la cual tampoco pagó, y allí intentó colocar sus calcetines al médico y a los demás pacientes de la sala de espera, que estaban flipados.
Además, tengo una paciente que vende marisco y que cada vez que viene trae unos percebes por si se los quiero comprar, que me los deja a buen precio. Pero claro, comprárselos y que la consulta quede oliendo a mar todo el día, no me parece lo más adecuado. Sé de buena tinta que nunca vuelve a casa con el marisco sin vender porque lo pone a precio de ganga, y siempre hay alguien en la sala de espera que se lo compra. La última vez que la vi, y en vista del éxito comercial, ya me ofreció nécoras, percebes y una centollita fresquita. Me empieza a preocupar que la gente confunda la consulta con la Marisquería Rías Baixas, pero siempre he sido partidaria del “libre mercado” y, por otro lado, ya se sabe que la salud empieza por una buena alimentación.

domingo, 17 de febrero de 2013

LOS TRUCOS DE LAS CENTENARIAS






Llegar a los noventa es una lotería, pero alcanzar los cien años roza lo milagroso, sobre todo si la cabeza te funciona y mantienes el buen humor. A todos nos encantaría saber cómo lo han hecho, como esas famosas que nos cuentan sus secretos de belleza en Telva, que siempre son los mismos: beber mucha agua y dormir ocho horas. Yo añadiría: y no pegar golpe. Pero claro, eso no lo dicen.  Cuando uno es centenario,  ¿cómo va el médico a prohibirte algo? Y también, ¿cómo va a recomendarte tal pastilla o tal dieta para que vivas más? ¡Por favor!, que  estamos hablando de personas casi-inmortales. Hay gente que dice que la mejor manera de llegar a los cien años es no yendo al médico, y razón no les falta. Esta semana he visto ingresada a una señora de 102 años y mientras la auscultaba me apartaba el pelo de la cara porque decía que así estaba más guapa. Ante semejante cariño y al ver que tenía pocos dientes, quise facilitarle el tema de la comida que siempre es un “caballo de batalla” con la gente mayor.

-          ¿Qué quiere que le ponga de dieta?- le pregunté.

-          Yo como de todo- me dijo tan tranquila.

-          Bueno, pues un pescadito blandito.

-          ¡Uy!, no, no, que puede tener anisakis- me dijo sin equivocarse con semejante palabro.

Me sorprendió bastante que se preocupase por eso y que supiese lo que era, y cambié la opción.

-          Una pechuga de pollo, entonces.

-          ¡Ni hablar! Desde lo de la gripe aviar no he vuelto a comer pollo- me dijo con cara de susto, casi como si quisiese envenenarla.

Miré hacia su hija octogenaria que se reía mirando mi cara de “¿qué pasa aquí?”.

-          Doctora, se cree todo lo que oye en la televisión y tuve que prohibirle ver “Saber vivir”, porque nos enloquecía a todos- me dijo su hija.

-          Bueno, la carne le será un poco dura…

-          Tampoco la tomo desde hace por lo menos diez años- me aclaró la centenaria.

-          ¿Y eso?- le pregunté.

-          Por lo de las “vacas locas”, no sea que me dé una demencia, que fíjese usted que desastre a mis años.

¡Pues si! Al final, después de una dura negociación llegamos a un acuerdo. Su dieta consistiría en natillas, arroz con leche y zumos. Me lo resumió con la siguiente frase: “Como de todo y al final no como de nada”. Y aun añadió la puntilla final:

-          Las natillas hágamelas espesitas y no le deje grumos.

La verdad es que me dieron ganas de hacerle unas natillas en la Thermomix y llevárselas.

Con este caso recordé el de otra centenaria que estaba ingresada y cuando revisé la historia, vi que la habían operado hacía un año de cataratas y que en los papeles de oftalmología ponía: “paciente de 90 años…” Fui a buscar el año de nacimiento en sus datos y vi que no podía tener noventa años. Tendría que tener cien… Así que me entró la duda de si la historia sería de otra paciente. Le pregunté a la interesada:

-          ¿Es usted fulanita, vive en tal sitio y nació en tal fecha?

-          Pues si, soy yo.

-          ¿Y le operaron el año pasado de cataratas?

-          Si, me dejaron muy bien y ahora leo el periódico sin gafas.

-          Pero en la historia de oftalmología pone que tenía noventa años…- le digo inocentemente.

-          Bueno, (tragó saliva) es una mentirijilla que le dije al oculista, porque si les digo que tengo cien años no me operan, o me ponen un “cristal” malo. Les dije noventa y coló. ¡Una tiene sus trucos!

 Ya lo decía House: “los pacientes siempre mienten”. Pero en este caso, y sin que sirva de precedente, creo que el fin justifica los medios.