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jueves, 21 de noviembre de 2013

HISTORIAS DE NONAGENARIOS



           Llegar a los noventa y poder seguir disfrutando de la vida es un privilegio que está reservado a unos pocos. No sabemos cual es el secreto de esta longevidad de calidad; unos dicen  que beber un vaso de vino al día, otros que hacer deporte, otros que no fumar... Los que yo he conocido y que se mantienen activos tienen dos características comunes: mantienen viva su curiosidad y hacen planes de futuro.

          Uno de ellos tiene noventa y seis años y acude a la consulta de forma regular. Viene hecho un pincel y suele hacer siempre la misma pregunta:
-¿Duraré esta semana?- dice con una sonrisa pícara.- Es que tenía pensado ir con los "muchachos" a tomarnos un cocido a un pueblo que está a noventa kilómetros y como soy el único que aún tengo carnet...- me aclara.
           Cuando hablaba de los "muchachos", inicialmente pensé que se refería a sus nietos y quise felicitarlo por ser un abuelo tan enrollado.
- ¡Qué suerte tienen sus nietos!
- No son mis nietos -me aclara-. Son cuatro amigos míos de siempre que entre todos sumandos casi quinientos años. Cuando bajamos del coche, la gente nos mira con asombro, porque ven cinco ancianos que caminan con bastones y medio renqueando.


           Su radio de acción es de unos doscientos kilómetros, y suelen desplazarse  semanalmente para comer un cocido, un magosto, un cordero, una mariscada o lo que toque. Como son conscientes de que el tiempo se les acaba, han decidido aprovecharlo al máximo. El objetivo principal de estos viajes gerontológicos es darse un homenaje gastronómico. Además se lo pasan bien y saborean juntos uno de los pocos placeres que aún pueden disfrutar. No deberían comer así porque tienen achaques varios, pero tampoco hay que hacer caso a todo lo que digan los médicos.

         Esta semana he conocido a una mujer de  95 años que vino a hacerse una revisión para ver  si podía viajar. Intenté no poner cara de sorpresa y pregunté con curiosidad:
¿A dónde?- pensando que sería un viajecito corto en coche.
A Ecuador- me contestó. Son trece horas de avión y como ya tengo una edad, quiero ir bien.      

Me pareció una quimera. Apenas se levantaba de la silla de ruedas para dar dos pasos, pero tenía la costumbre de pasar unos meses allí con una hija. Iba muy segura porque conocía a los pilotos -que eran guapísimos, me aseguró- y la trataban como a una viajera especial. La invitaban a pasar a la cabina, donde sólo habían entrado los Reyes de España y ella, y le ofrecían champan. Le gustaba descender del avión en la silla de ruedas y con su champan en la mano. Tenía una agilidad de mente asombrosa y le pregunté cómo se mantenía así.
Juego al poker. Usted sabe jugar al poker?
Me apenó tener que decirle que no, y ella enseguida se ofreció a enseñarme, porque no encontraba rivales a su altura. Me hizo muchísimas preguntas y en diez minutos ya sabía toda  mi vida. Me prometió que a la vuelta de Ecuador vendría a la consulta y, la verdad, lo estoy deseando porque seguro que trae miles de historias que contar.

3 comentarios:

  1. Este me ha gustado especialmente
    ccg

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  2. Un buen ejemplo. Me lo apunto.

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  3. Yo estoy en los 70 y me parece un excelente ejemplo. Me lo apunto.

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