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sábado, 13 de junio de 2015

EL CAMAROTE DE LOS HERMANOS MARX



Esta semana una paciente ha bautizado al despacho que comparto con otros dos compañeros como "el camarote de los Hermanos Marx". Razón no le faltaba ya que, en los diez minutos que tuvo que esperarme, vio entrar y salir por la puerta a casi toda la galería de personajes que entraban en ese camarote en la famosa película. Por allí pasó uno de nuestros psiquiatras que venía a invitarnos a un concierto que dará con su grupo; un ginecólogo retirado, y que ya ha pasado los noventa hace tiempo, quería consultar unas dudas acerca del dolor de sus gastados huesos; nuestra neumóloga favorita y su residente nos contaron el resultado de una broncoscopia que le habían realizado a uno de nuestros pacientes, y, de paso, comentamos el "presunto noviazgo" de Isabel Presley con Vargas Llosa; la enfermera que acaba de ser nombrada presidenta del comité de empresa fue recibida con gritos de "¡presidenta!, ¡presidenta!" en el mismo momento que abrió la puerta y nos dijo que había un familiar  de un paciente que quería hablar con uno de nosotros; un cirujano plástico venía a saludarnos, como todos los viernes, antes de irse a casa y solo para darnos envidia; un residente vino a que le firmase unos días de vacaciones... ¡Un auténtico desfile de lo más variopinto!
Lo de "camarote" nos va bien porque el sitio es pequeño, y uno de nosotros (no soy yo) tiene barco y título de patrón. Lo de "hermanos Marx" también nos sirve: somos tres, y nos tomamos la vida en general y el trabajo en particular con bastante humor. Siempre tenemos música a mayor o menor volumen, la cafetera enchufada y el armario lleno de galletas de diferentes sabores y aptas para celiacos. A veces, si nos gusta la canción que están poniendo en la radio, subimos el volumen y damos cuatro saltos haciendo como que bailamos. Nos gusta nuestro camarote y nos gusta que nos visiten. Estáis todos invitados a subir a bordo.

miércoles, 10 de junio de 2015

HACERSE EL VALIENTE


 
             Muchas personas se ponen más o menos nerviosas cuando tienen que visitar al médico. Da igual que sea por una banalidad o por algo más serio. Puede ser por el ambiente que se respira en las salas de espera de los consultorios, la aglomeración de gente en urgencias, la bata blanca, el pijama verde o azul, el miedo a lo desconocido, a tener algo malo… La lista de motivos puede no tener fin. La mayoría de las personas racionalizan esa aversión y, en aras de mantener o recuperar su salud, acuden a sus citas puntualmente, aunque sea con el miedo en sus ojos, las palmas de las manos sudadas o arrasando los pies. Pasan el mal trago y se van felices cuando les dices que sus análisis están perfectos o que sus pruebas han salido impecables. Unos pocos, pasan de ir al médico aunque se hayan puesto verdes y les hayan salido un par de cuernos. Uno ve sus análisis y realmente son incompatibles con la vida, pero ellos siempre te dirán que están estupendamente. Nunca se han encontrado mejor.

Pero, ¿qué pasa cuando TIENES que ir al médico? Es decir, cuando no hay manera de dejarlo correr, de mirar hacia otro lado, de poner buena cara y disimular. No hay otra opción. Eso es lo que le ocurrió a un paciente que acudió a urgencias con una mano destrozada, de las que hay que llamar a los cirujanos expertos en mano para que se pasen más de doce horas en quirófano haciendo microsuturas y técnicas complejísimas e hiperlaboriosas. Solo había un problema: el paciente llegó borracho. Con la melopea que traía, no se podía operar inmediatamente y, por tanto, algunos de los injertos no se podrían realizar. El médico de urgencias se creyó en la obligación de darle algún consejo útil.

-          Verá usted… Si gusta el alcohol y bebe  tanto, cuando esté así es mejor que no use la máquina esa con la que se ha cortado. Ya sabrá usted que el alcohol disminuye los reflejos, y uno está más distraído, y pueden ocurrir accidentes con mayor facilidad…

-          Claro, claro, doctor- le contestaba exhalando un olor intenso a alcohol.

-          Fíjese, al estar bebido, ¡qué accidente ha tenido! Y encima no le pueden anestesiar hasta que pasen seis horas…

-          Bueno, realmente no estaba borracho cuando tuve el accidente, sino después- decía, arrastrando las palabras.

-          ¿Después?

-          Si, después. Yo no bebo nunca, pero tuve que hacerlo “por la cosa del valor”.

-          ¿Qué “cosa del valor”?
 

-          Pues el “valor” de venir al hospital. Es que le tengo pánico a los hospitales y a los médicos, y claro, me tuve que tomar media botella de aguardiente. Fue la única manera de que me atreviese a venir.

 

Realmente, ¡hay que echarle valor!