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domingo, 30 de marzo de 2014

EL PULPO, SIEMPRE CON VINO BLANCO.

                 La sabiduría popular, para algunas personas y en algunas culturas más que en otras, ha ido adquiriendo tal raigambre en algunos temas, que casi hablamos de dogmas de fe. Desmontar uno de estos mitos es prácticamente imposible. Pienso, por ejemplo, en el asunto de "hacer la digestión" durante tres horas antes de osar siquiera en meter una ínfima uña del dedo meñique de tu pie en el agua porque te podías morir ipso facto entre horribles convulsiones. ¡Qué miedo te metían en el cuerpo!
 
               Una de estas creencias populares transmitidas de generación en generación en Galicia, es que no puedes comer pulpo con agua. Jamás. Bajo ningún concepto ni excepción. Porque te puedes poner muy mal. He intentado averiguar con distintos miembros de mi familia qué es lo que te puede pasar si bebes agua y comes pulpo. No he sacado nada en limpio. La respuesta más frecuente es: "te puedes poner malísima". ¿De qué?, pregunté con ingenuidad. Nadie lo sabe. Y cada vez que me ven comer pulpo con agua, se echan las manos a la cabeza. "Pero, ¿ qué haces ?", me dicen abriendo los ojos como platos y llenándome un vaso de vino, generalmente blanco, como si me hubiese mordido una víbora y aquello fuese el antídoto. 
 
                      El otro día me acordé de esto porque vino un paciente a la consulta con un caso parecido. Revisando su historia, vi que iba a rehabilitación desde hacía unos meses, pero no encontraba el motivo.
- Usted, ¿por qué viene a rehabilitación? ¿Tiene mal alguna pierna o un brazo?- le pregunté.
- No, nada de eso. Lo que pasa es que comí pulpo y no le bebí vino y desde entonces lo tengo aquí atascado- decía dándose unos golpes enérgicos en el pecho-. Por eso tengo que ir a rehabilitación, y me dijo el médico que aún me quedan meses- añadió.
 
     Yo no sé exactamente qué le había pasado, pero hoy comí pulpo y por supuesto, lo regué con un buen vaso de vino blanco. Yo no creo en las meigas, pero habelas hainas.

domingo, 23 de marzo de 2014

PURA SUBJETIVIDAD

                 La subjetividad es una característica de la vida en general. Lo que para uno es blanco, para otro es negro o azul o verde, y un mismo hecho puede ser contado de mil maneras distintas por las  personas que lo hayan vivido. También es verdad que hay gente que siempre lo ve todo del color que a ellos les gusta y a los que un poco de objetividad, aunque sólo fuese un poco, no les vendría mal. En la consulta médica vemos a diario a pacientes que dicen que fuman muy poco y eso resulta ser una cajetilla al día, o que beben muy poco y eso se traduce en 10 cervezas al día. ¡Pura subjetividad! El tema de los kilos es otro filón. Esta semana me contó un compañero que tuvo una señora en la consulta a la que le recomendó adelgazar. La conversación fue más o menos la siguiente:
- Verá señora, por el bien de sus huesos debería usted adelgazar unos diez o quince kilos, por lo menos.
- ¡Uyyy! Yo no estoy tan gorda...
- Bueno, eso depende de lo que uno mide y lo que pesa. ¿Usted cuanto mide?
- Pues, un metro cincuenta.
- Y, ¿cuanto pesa?
- Noventa y tres kilos.
- Eso es demasiado. Por ejemplo, yo mido uno noventa y cinco y peso noventa kilos...
- ¡Es que usted está un poco gordito!-replicó ella con una sonrisa.

      También la forma de describir el dolor es subjetiva y uno tiene que hacerse una idea de la intensidad para poder aliviarlo con el fármaco adecuado. Por eso hacemos preguntas tipo:
- ¿Cómo era el dolor que tuvo?-le pregunté a un paciente. 
- Pues era un dolor... -titubeó unos segundos antes de contestar- era un dolor "que dolía".

          Otro fue aún más preciso en las explicaciones que me dio acerca de su  dolor.
- Tuve un dolor, así como un pequeño "morreo"... - me dijo.
- Y eso, ¿cómo es?- pregunté sorprendida.
- Pues es así, como si doliera pero sin doler.

¡Perfectamente! Con esto creo que me hago una idea...