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sábado, 19 de noviembre de 2016

VENGO A QUE ME HAGAN UN TRASPLANTE

        En España somos líderes en donaciones de órganos y, por tanto, en trasplantes. Lo que hace no mucho tiempo podía sonar a ciencia ficción, hoy en día es una realidad cotidiana. Por eso, no es extraño que algunos pacientes le pregunten a su médico si su enfermedad no se solucionaría con un trasplante. Los hay que van más allá y llegan a la consulta pidiendo un órgano concreto, e incluso aportan el donante. Así, un hombre de edad cercana a los sesenta llegó al urólogo y le explicó el motivo de su visita:

- Vengo a que me hagan un trasplante de testículo.

El médico, asombrado, le preguntó por qué quería trasplantarse precisamente un testículo, y a esa edad. 

- Verá doctor, es que me ha casado con una chica joven que quiere tener hijos y, aunque llevamos un tiempo intentándolo, la cosa no funciona. Así que se lo comenté a un vecino que tiene seis hijos y, por lo tanto, es un experto en el tema. Hice todo lo que me dijo y cómo me dijo. Pero nada. No hubo manera. Así que un día se me ocurrió que teniendo uno de sus testículos, que son de fertilidad probada, yo también podría tener un hijo. Se lo planteé y me dona uno por tres mil euros. Usted, lo único que tiene que hacer es operarnos a los dos. A él le quita un testículo y me lo pone a mí, y asunto arreglado.

viernes, 30 de septiembre de 2016

CÓMO HACER QUE UN PACIENTE DEJE DE FUMAR DE FORMA EFECTIVA

Hoy he descubierto un nuevo método para que mis enfermos dejen de fumar, y pienso patentarlo.

Tengo un paciente que sufre una enfermedad pulmonar obstructiva crónica muy avanzada con oxígeno en domicilio. Además, tiene una máquina por la noche para su problema de retención de carbónico. La tiene, pero no la usa. Tampoco deja de fumar como una chimenea, día y noche. Hace poco, fumó con el oxígeno puesto, se produjo una deflagración y se le quemaron los morros.
Todo se lo toma a chirigota. Le da igual que le diga más o menos enfadada que tiene que ponerse la máquina y que hay que dejar de fumar.


Así que hoy, cuando he pasado visita y he auscultado su pulmón cada vez más atascado, he puesto mi mejor y mi más encantadora sonrisa y le he preguntado si tiene al día las cuotas del seguro funerario.

- Por supuesto- contestó muy ufano.
- Estupendo-le dije sin dejar de sonreír cínicamente- porque muy pronto lo va a necesitar.


Salí por la puerta mientras veía su cara de susto. Ahí lo he dejado, meditando. Creo que esta vez sí que se va a tomar en serio mis consejos.  

domingo, 21 de febrero de 2016

VENGANZA GALLEGA



    No me gustan "las venganzas", o al menos eso pensaba hasta hace unos días. Creo que saber perdonar nos hace mejores y más humanos. Sin embargo, a veces pasan cosas...

     Tengo una paciente a la que sigo en la consulta desde hace unos ocho años. Me la enviaron los de la Unidad del Dolor para que le ajustase la tensión, la diabetes, el colesterol, el tratamiento de la arritmia... Es una de esas enfermas “pluripatológicas”. Es una persona que siempre está de buen humor y que, a pesar de sus muchas limitaciones físicas, sabe verle el lado positivo a todo. Un día me contó que su marido era un maltratador, tanto con ella como con sus hijos. Como otras muchas mujeres de su generación, tenía unos hijos que criar y él era el que traía el dinero a casa, así que no le quedó otra que aguantar. Durante años sufrieron maltrato físico y, por supuesto, psicológico. Sin embargo, un día él se fue de casa con otra. Lo recordaba como el día más feliz de su vida. Durante muchos años no supo nada de él. Hasta que hace un mes recibió una llamada del hospital preguntándole si ella era la esposa de don fulano, que estaba ingresado y a punto de morir. Su interlocutor se quedó callado -probablemente por la sorpresa- cuando la oyó exclamar:


-          ¡Alabado sea Dios!

-          Le llamamos por si quiere usted venir a verlo.

-          ¡De ninguna de las maneras!-contestó indignada.



    Pocos días después, mientras desayunaba, se presentó en su casa un hombre de mediana edad con un traje azul marino y una corbata oscura que se identificó como trabajador de la funeraria. Quería saber si ella se haría cargo de los restos del difunto.

-          ¿Hay que pagarle el entierro?- preguntó, dispuesta a mandar a paseo a aquel pobre hombre.

-          No señora, está todo pagado, pero alguien de la familia tiene que escoger el ataúd, las flores, organizar el funeral...

-          ¡Ah, bueno! Si es así, de acuerdo.



   No tenía ninguna gana de verlo, ni aunque fuese muerto, pero sabía que no tenía otra familia que pudiese hacerse cargo de los trámites, incluidos sus hijos. Así que se subió al autobús que iba al tanatorio ataviada con el vestido más floreado y menos apropiado para una viuda que tenía en su armario, dispuesta a terminar con aquello lo antes posible. La recibió una chica muy maja que le dijo que "la acompañaba en el sentimiento", y que la llevó a una salita donde hablarían para concretar los preparativos. Empezaron por el ataúd. Le explicó el tipo de madera, de acabado, el material de la cruz, el color, los precios... Mi paciente le cortó  enseguida:


-          Quiero el más barato- le dijo.

-          Muy bien, señora. Con respecto a las coronas, su póliza le cubría tres y puede poner en una "Recuerdo de tus hijos", en otra...

-          No quiero que tenga flores. No se las merece.

-          Como usted quiera- contestó asombrada la pobre chica-. Y, ¿qué horarios quiere de apertura de la sala?

-          Ninguno. Quiero que la sala esté cerrada.



    En aquel momento se acordó de que a él le horrorizaba la incineración y la gente que tiraba las cenizas de los muertos al mar o por algún monte. Y supo inmediatamente qué iba a hacer, aunque tuviese que pagarlo de su bolsillo.


-          La  póliza de mi marido, ¿cubre la incineración?- preguntó suavemente, como si aquella fuese la última voluntad del difunto.

-          Por supuesto. ¿Desea usted incinerarlo?

-          Pues sí; es lo que más deseo.

-          ¿Cómo le gustaría que fuese la urna? ¿De cerámica,  de...?

-          La más barata- apostilló enseguida.



   Observó cómo  lo metían en el horno crematorio, para asegurarse de que realmente lo incineraban. Mientras, iba pensando donde esparciría las cenizas. Lo que menos le gustaba era el mar, así que allí  lo llevaría.

-          Puede usted venir a buscarlo mañana a las diez- le dijeron.



    Allí estaba, a las nueve y media, con una mochila en los hombros, impaciente por darle el "descanso eterno". Guardó la urna en la mochila, se fue hasta la parada del bus que va hasta un pueblo costero donde el mar es especialmente agitado, y en una zona de rocas echó las cenizas. Se aseguró de que las olas las arrastrasen mar adentro y le dedicó unas últimas palabras y cariñosas palabras:¡Jódete!”.
 Luego, arrojó la urna en el primer contenedor que encontró, y cogió el autobús de vuelta a casa. No podía perder el tiempo, que a las dos en punto llegaban sus hijos para comer. Mientras el autobús recorría aquella zona de playas, se había hecho un firme propósito: no volvería a tomar pescado hasta que pasasen por lo menos seis meses. Cuando llegó a casa, su cuñado le estaba esperando. Quería saber si le interesaban unos rapantes que había comprado a muy buen precio esa mañana en la lonja. Los hizo fritos, sabiendo que serían los últimos que disfrutaría en una temporada.

viernes, 22 de enero de 2016

TENGO LOS MISMOS SÍNTOMAS QUE MI LORO





         Los médicos esperamos que cuando nos llega un paciente a la consulta nos cuente sus síntomas. Los relatos tienen más o menos detalles y, a veces, algún amigo, familiar o conocido, presentó un cuadro similar anteriormente y así nos lo señalan: "esto ya le pasaba a mi padre". Cuando escuchamos esto, enseguida pensamos en enfermedades hereditarias, y esta información nos suele ayudar para afinar el diagnóstico. El otro día, una señora contó que su médico de familia la había enviado a la consulta porque tenía los mismos síntomas que su loro. Cuando uno oye semejante afirmación, nota como todas las neuronas se activan, expectantes, excitadas, atentas para no perder ni el más mínimo detalle. 
              
          La paciente inició su exposición seis años atrás cuando dejó de ser una emigrante española en Brasil y volvió a la madre patria. Trajo consigo a su loro amazónico, políglota (habla español y portugués) y bebedor compulsivo de café (al parecer desayuna un café en su propia taza todas las mañanas). Ella está muy contenta en España pero al loro parece que no le sientan muy bien las humedades de por aquí. El pobre animal tuvo una neumonía y hubo que tratarlo con antibióticos y nebulizarle ventolín en la jaula. Desde entonces tiene bastante tos y no es capaz de expulsar los mocos por lo que ella misma se los quita (no sé cómo, la verdad). Una de sus actividades favoritas es ducharse con las alas abiertas, así que, de vez en cuando, lo mete en la ducha y le abre el grifo, dejando que el agua le moje todas las plumas. Sin embargo, el plumaje tarda bastante en secarse y está preocupada porque quizás eso le está perjudicando para su problema respiratorio. Además, tiene problemas cardíacos porque hace un par de años tuvo un infarto de miocardio y durante un tiempo le administró aspirina. Por supuesto, aportó toda una batería de análisis que le habían realizado al animal, por si pudiese ser de ayuda. A estas alturas parecía que la señora se había confundido y que creyendo ir al veterinario había acabado en una consulta médica. Al final, venía porque tenía tos, secreciones, pitidos en el pecho... La verdad es que todo exactamente igual que su loro.