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sábado, 17 de agosto de 2013

EL COLOR DEL DINERO



              Mi experiencia con la pediatría es muy escasa pero parece que con los niños es preciso agudizar el ingenio para poder explorarlos y atenderlos en la consulta. Yo lo que veo son ancianos, con los que hay que ser doblemente astutos ya que son dos veces niños. Así, es preciso tener inventiva para que coman algo más que natillas y gelatinas, para que beban agua, para que se muevan a pesar de la artrosis. He tenido ingresada a una nonagenaria que al parecer tenía demencia (de esas demencias selectivas que hacen que se les olvide sólo lo que no les interesa) pero que sabía perfectamente cuando era primero de mes. El día exacto quería su pensión y, si no se la daban, se negaba a comer e iniciaba una huelga de hambre que sólo terminaba cuando tenía los billetes a buen recaudo, entre los refajos. Tan pronto como se los traían, los escondía repartiéndolos  entre el camisón, el pañal, la almohada... y después, cuando creía que no la veían, los sacaba y los contaba cuidadosamente, uno a uno, mirándolos con cariño. Entonces, los volvía a guardar para sacarlos al día siguiente y repetir la operación una vez por la mañana y otra por la tarde. Tenían que ser 500 euros y en billetes de 50; no quería de 20 ni de 10. No necesitaba cambio, puesto que no salía de casa y nunca compraba nada.   Coincidió el ingreso con la fecha de cobro y, de repente, un día dejó de comer sin que hubiese ningún factor médico que me lo explicase. El primer día no le di importancia, pero al segundo día le comenté el asunto a su hijo porque me preocupaba la evolución y retroceder todo lo que se había avanzado.

- Su madre no está comiendo y no tengo claro qué le pasa porque hasta ahora iba muy bien- le digo a su hijo. Inmediatamente me contesta:
- Esto seguro que es por el dinero.
- ¿Por el dinero?- pregunté extrañada, pensando que igual estaba preocupada por sí tenía que pagar algo del hospital.

Entonces me contó la historia del cobro puntual de todos los días uno de cada mes y de cómo esos billetes quedan absolutamente inservibles al cabo de unos días por el deterioro del papel.
- ¿Pero estáis tirando 500 euros cada mes?- le pregunto.
- ¡Uy!, nada de eso. Al principio intentamos razonar con ella pero no había manera, así que ahora le hacemos unas fotocopias en color de billetes de 50 euros y se los damos. Ella los va metiendo debajo del colchón cuando le traemos los nuevos y de vez en cuando, si conseguimos sacarla a dar un paseo, hacemos un poco de limpieza de papeles.

              Así que pasar visita se hizo más divertido cuando auscultándole te dabas cuenta de que lo que crujía debajo del camisón era un billete falso de 50 euros. ¡Qué sensación! Solo espero que un día no se le ocurra intentar comprar algo a contra reembolso...