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miércoles, 15 de abril de 2015

ALGO ESTÁ PASANDO

              Algo está pasando cuando un paciente te dice que antes de acostarse toma Fornical en lugar de Natecal, que es como se llama el calcio con vitamina D que le ha recetado su médico.
 
               Algo está pasando cuando una mujer embarazada que es de otro país, te pregunta cuánto dura un embarazo en España. Parece como si el cambio de hora retrasase o adelantase el parto. 
 
              Algo está pasando cuando al explicarle a un paciente que lo que tiene es una contractura cervical y por eso tiene el músculo duro como una piedra, pone cara de asombro y dice: -¿piedra? ¿se me subió la del riñón al cuello?
 
              Algo está pasando cuando alguien te dice que expulsa "escrúpulos" verdes por la boca, como si fuese tan fácil librarse de los escrúpulos.
 
             Algo está pasando cuando le preguntas a un paciente si se le hincharon las piernas y te responde: - no, pero me quisieron hinchar-.
 
              Algo está pasando cuando te preguntan en qué planta del hospital se hacen las "pruebas de frenado" de cardiología. Quiero suponer que se refería a una prueba de esfuerzo, que es a donde lo envié.
 
                Algo está pasando cuando ingresó un tipo que jugando al Scrabble con un amigo, se enfadó y se comió las piezas. Tuvo que permanecer ingresado hasta que las fue expulsando una a una.
 
               Algo está pasando cuando alguien te explica en la consulta que hace unos años estuvo muerto y, desde entonces, tiene las rodillas frías. Que nunca más volvió a conseguir que se le calentasen. Y lo dice completamente en serio.
 
              Algo está pasando, y me encanta. Me gusta estar atenta a cualquier frase, cualquier palabra, cualquier historia que, por pequeña que sea, aporte una nota de alegría en esta profesión donde tantas desgracias vemos a diario.
 
 

lunes, 6 de abril de 2015

LADY TEA

 


         Como decía Charles Dickens, "el hombre es un animal de costumbres", y éstas, con el tiempo, se convierten en tradiciones. Para un súbdito de Su Graciosa Majestad, tomar el té de las cinco en punto es un ritual insoslayable. Es bien conocido que los Territorios Británicos de Ultramar alcanzan las zonas más remotas del mundo, y en todos ellos se observa religiosamente la sagrada hora del té. 
 
 
   Lady Tea, que es como llamaremos a partir de ahora a nuestra protagonista, viajaba confortablemente en su camarote de primera clase en el Independence of the Seas, un barco de crucero propiedad de la naviera Royal Caribbean International. Había zarpado una tarde plomiza de abril desde Southampton, al sur de Inglaterra. Lady Tea, tenía la esperanza de que unas millas al sur el sol brillaría con fuerza y calentaría sus maltrechos huesos. El invierno pasado se había fracturado una cadera, así que se había pasado los últimos meses haciendo rehabilitación. Todos los miércoles se reunía en su casa del exclusivo barrio de Chelsea con sus amigas Lady Cupcake, Lady Penny y Lady Bony para jugar su partida semanal de bridge, tomar el té y repasar los cotilleos de la High Society londiense. Lady Cupcake, había enviudado veinte años atrás de Lord Cupcake, destacado miembro del Foreing Office. Había viajado por todo el mundo y, dos meses atrás, por fin logró convencer a sus compañeras de bridge para embarcarse rumbo al sur, en lo que se suponía sería un maravilloso crucero por el Mediterráneo. Visitarían ciudades españolas tan pintorescas como Vigo, la misteriosa Lisboa, Cádiz, Túnez y otros lugares fascinantes. Dejarían atrás la húmeda Inglaterra, tomarían el sol y se codearían con gente correcta. ¡Todo sería perfecto! Lady Tea viajaría en primera, of course, en atención a su reciente fractura de la que aún estaba recuperándose. Con el personal adecuado a su servicio, todo marcharía sobre ruedas. Los primeros días fueron extraordinarios. Las nubes se habían quedado en Inglaterra y el sol brillaba sin excesos. Lady Tea paseaba por cubierta por las mañanas y su cadera se había recuperado de forma asombrosa. El té se servía a las cinco en punto en una salita decorada como si se tratase de uno de los salones de Buckingham Palace, en una magnífica tetera brown Betty con tea cosy. Los  sándwiches de pepino y las pastas que acompañaban al té eran excelentes. Las cenas con el capitán eran la ocasión perfecta para lucir los trajes de noche que no se ponía desde que el difunto había pasado a mejor vida.
      Sin embargo, a ciertas edades hay que tener cuidado con tanta actividad. Tras uno de sus paseos por cubierta, Lady Tea se acatarró, producto sin duda de un descuido al olvidar su chal de cashmere en el camarote. Ese catarro banal se convirtió en neumonía y el oficial médico aconsejó su desembarco en el próximo puerto que, ¡oh casualidad!, se trataba del magnífico puerto de Vigo. La valoraron en el hospital y decidieron su ingreso, puesto que el oxígeno en sus pulmones no tenía los niveles adecuados. ¡Qué contrariedad! Lady Cupcake, Lady Penny y Lady Bony, sin sospechar el alcance de la dolencia de Lady Tea permanecieron en el barco, dejando a su amiga del alma en tierras gallegas. ¡Pobre Lady Tea! No hablaba ni una palabra de español y además, le tocó una enfermera que tampoco hablaba ni una pizca de inglés. Ella estaba decidida a colaborar todo lo que pudiera, a sonreír y a comportarse con todo el decoro que se le supone a una súbdita leal de su Majestad. Así que, cuando a las cinco y diez aún no se había servido el té, se vio en la obligación de llamar al timbre. La enfermera acudió y ella le explicó señalando su reloj que "it's tea time", suponiendo que eso bastaría para entenderla. La enfermera, le revisó la vía endovenosa y comprobó que funcionaba correctamente. Le sonrió y se fue de la habitación. Lady Tea volvió a hacer sonar el timbre.
 
- ¡It's tea time, it's tea time!- repetía, señalando el reloj.
 
     La enfermera seguía sin comprender, así que decidió llamar al médico de guardia.
 
- ¿Hablas inglés?- me preguntó.
- Me defiendo.
- Pues a ver si te entiendes con una lady que tenemos aquí y que está como una moto repitiendo algo que yo no entiendo.
 
Fui a verla y me miraba con los ojos como platos, como si no se creyese que en España no tomásemos el té a las cinco.
 
- ¡It's tea time!¡It's tea time!- repetía frenética.
- Ok. I'll bring you!- le dije.
 
            Le calentamos agua en un vaso de cristal en el microondas de la planta y le metimos una bolsita de té de marca blanca; pusimos un plato encima, unas servilletas de papel, y conseguimos un paquete de galletas de régimen para diabéticos, que abrimos y colocamos en el plato blanco a modo de pastas de té. Se lo llevé todo personalmente, en una bandeja de plástico y con mi mejor sonrisa. ¡Pobre Lady Tea! Casi le da un colapso. Ella que estaba acostumbrada a la porcelana kenwood, a las bandejas de diseño cubiertas por tapetes bordados primorosamente, a las servilletas de hilo con encaje de Cornualles y al Earl Grey Tea. Me miraba con tal cara de incredulidad ante semejante despropósito, que supongo que la próxima vez meterá en el equipaje su propia vajilla y unas bolsitas de su variedad preferida de té, por si vuelve a desembarcar en algún país sin civilizar. No volvió a pedir ningún té a las cinco. Se tomaba el yogurth que le traían en la merienda y  todos los días preguntaba cuándo le dábamos el alta, para volver a su amada, lluviosa y civilizada Inglaterra.