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miércoles, 23 de diciembre de 2015

¡DOCTORA, LO VEO TODO DE COLOR VERDE!




               Cada año, cuando llegan los nuevos residentes y veo cómo se asombran con todo, tomo más conciencia de que ya soy una veterana. Llevo demasiadas guardias a mis espaldas y es difícil que algo me sorprenda. Sin embargo, en la última guardia que hice, una paciente joven contó un síntoma que jamás había oído. 

            - ¡Vengo porque lo veo todo verde!- le dijo a la residente de primer año, que aún debe estar recuperándose del susto.

             Al parecer, estaba dando un paseo y se encontró con unos punkies franceses -a los que al parecer no conocía de nada- con los que se fue a tomar unos vinos y unos chupitos de licor café. Ellos no hablaban nada de español y ella nada de francés, pero se ve que hay lenguajes que son universales. ¡Un fiestón!, por lo visto. Poco tiempo después lo veía todo verde: a las personas, las farolas, los coches, los muebles y, por supuesto, a la enfermera, el celador, la médico... Todo de un maravilloso color verde. La residente, asustada, viene a la sala de médicos buscando que alguien le orientase con alguna explicación científica y le dijese qué podía hacer. Ella no había escuchado jamás nada semejante, pero allí había gente veterana del servicio de urgencias, una internista (servidora), varias enfermeras experimentadas... Las respuestas fueron todas muy científicas: ¿no será pariente de Sherk, el ogro verde? ¿Seguro que no se confundió el licor café con el Fairy de lavar los platos?
  


            Después de reírnos un poco, decidimos profundizar un poco en el caso y buscar si eso estaba descrito. Resulta que sí, e incluso tiene un nombre: Cloropsia. Está descrito como uno de los síntomas que se pueden presentar tras el consumo de absenta. Se denomina Absenta tanto a una bebida alcohólica obtenida por destilación, como a la planta de la que se obtiene. Existen dos especies conocidas que son la absenta grande o Artemisia absinthium, y la absenta pequeña o Artemisia pontica. La bebida lleva en su composición, además de absenta, hinojo, anís, y otras como hisopo, melisa, cálamo, etc. Ha recibido varios nombres a lo largo de la historia, entre otros: "el hada verde" o "el diablo verde", haciendo alusión a esas alucinaciones en las que todo se veía verde. Su origen se remonta a finales del siglo XVIII en un convento de monjas de Couvet, en Suiza, donde éstas lo vendían como elixir. Un tal doctor Pierre Ordinaire, de origen francés, les compró la receta, y sus hijos abrieron la primera destilería de absenta en Couvet. Poco a poco, se fue popularizando en Francia, donde las tropas francesas la usaban como antipirético. A mediados del siglo XIX era tan popular, que en muchos cafés, a las 5 p.m. se anunciaba l'heure verte (la hora verde). Además, fue la imagen principal del "movimiento bohemio" y, a principios del XX se consideraba la bebida nacional en Francia. Muchos artistas de finales del XIX y principios del XX como Oscar Wilde, Van Gogh, Baudelaire, Manet, Picasso, Degas, Pessoa, Rimbaud... consumían absenta por considerarla una fuente de inspiración. 

El bebedor de absenta, de Viktor Oliva.
El ajenjo, de Edgar Degas.



 La forma de servirla tenía un ritual propio, con una copa de cristal típica y una cuchara con perforaciones donde se depositaba un terrón de azúcar que se sostenía en el borde de la copa. Además se servía una jarra de agua fría que se utilizaba para rebajar la mezcla de absenta según el propio gusto.





     Ingerir una cantidad no adecuada puede provocar alucinaciones, por lo que ha sido prohibida en muchos países. Sin embargo, una vez que se han identificado las tujonas, que son las sustancias responsables de este efecto, se ha limitado su cantidad, y se ha levantado la prohibición de su ingesta.
En Francia, el país que la dio a conocer y que la exportó al mundo, está prohibida la venta de cualquier bebida que tenga absenta, aunque, eso si, se puede exportar.   

         Por lo visto, estos punkies del siglo XXI son los descendientes directos de aquellos bohemios del siglo XIX que encontraban su mejor inspiración artística cuando bebían absenta y lo veían todo de color verde. 




domingo, 15 de noviembre de 2015

AL VIEJO LOBO DE MAR NO LE GUSTA EL PELO CORTO

   



                Le pregunté su edad y me contestó con una gran sonrisa que sabía que había pasado los ochenta, pero no recordaba si hacía mucho o poco tiempo. Por su tupida barba blanca, la longitud del pelo hasta los hombros y los surcos profundos de su frente, habría asegurado que se trataba de un viejo lobo de mar, separado en contra de su voluntad de mareas y tempestades. Le imaginé pescando en el Gran Sol, en las costas de Terranova o en el inverno Austral, fumando un cigarrillo tras otro, impregnado en frío, salitre y alcohol, conocedor de todas las clases de peces, de cómo guiarlos hacia las redes y robárselos al mar. Me contó que, efectivamente, había sido marinero, pero de bajura. Día tras día, madrugada tras madrugada, mientras todos dormían bajo el calor de las mantas, él se levantaba, encendía el primer cigarrillo para "calentar el bigote"-según sus propias palabras-, se dirigía al puerto, subía a su pequeña barca y se adentraba en la oscuridad del mar para sacar adelante a su familia. Le hubiese gustado conocer mundo -me contó-, pero nunca pudo salir de la ciudad, primero porque había que trabajar y después por la enfermedad de su esposa. 

- Tendrían que hacer un puente desde aquí hasta Buenos Aires- sugirió optimista-. En realidad, ahora que están con los viajes a Marte, si quieren un voluntario, yo me ofrezco. Total, soy viejo, y no me importa morirme- me decía riéndose.

Como ya estábamos en confianza, me atreví a sugerirle que podíamos avisar a la peluquera para que le arreglase la "melena". Se negó categóricamente. Solo se cortaba el pelo en la primera luna menguante de los meses de diciembre y de junio, y, por lo tanto, no tocaba. ¿Cómo llevarle la contraria?





domingo, 4 de octubre de 2015

DIALOGANDO

                 Una cosa que he aprendido a lo largo de estos años es que no se puede juzgar a nadie, por nada. Cada uno organiza su vida como quiere. A veces, como médicos, nos piden algún consejo. Mi política es dar mi opinión, o lo que yo haría en ese caso, pero luego que cada uno haga lo que quiera, y que cada palo aguante su vela. ¡Faltaría más! A veces, uno se encuentra con gente que sabe ver el problema, pero no le encuentra solución. Tras pedir ayuda, ninguna opción les vale, en un bucle infinito del que es imposible salir.
 
              Recientemente he tenido la siguiente conversación:
 
- Su padre ha mejorado mucho y mañana le voy a dar el alta.
- Si que ha mejorado, si... pero... ¡papá no se puede quedar solo en casa!
- En estos casos lo mejor es contratar a alguien para cuidarle.
- No me parece adecuado; no me gusta meter a nadie en casa sin conocerlo.
- Bueno, quizás algún familiar pueda echarle una mano...
- Mis familiares trabajan todos y ninguno puede dejar de trabajar.
- ¿Qué le parece un Centro de Día?
- No me gustan nada. Éstá llenos de gente con Alzheimer y mi padre aún tiene memoria.
- ¿Y una Residencia?
- En casa estamos completamente en contra de las Residencias.
- Ya...
 
Me mantuve en silencio. Ella me miraba, quizás esperando a que mi varita mágica le diese alguna otra solución mientras seguía enrocada en sus argumentos.
 
Nos miramos.
 
- ...
- ...
 
 
- Pues nada... su padre está muy bien. Mañana le doy el alta.
- Pero, ¡papá no se puede quedar solo en casa!
- Muy bien, ¡hasta mañana, entonces!

Me fui sin mirar atrás.

 

 

viernes, 18 de septiembre de 2015

EL HOMBRE TRANQUILO







El pueblo donde vive nuestro “hombre tranquilo” tiene cierto parecido con Innisfree, aquel idílico lugar de Irlanda a donde Sean Thornton regresó para acabar sus días como un buen irlandés. En él, al igual que en Innisfree, las tabernas están nutridas con lo mejor de cada casa, los habitantes son sui géneris, y el ambiente resulta de lo más pintoresco. Ahí se acaban las similitudes porque, pese a lo agradable que pueda resultar a priori, en ese lugar ocurren los sucesos más extraños.

Nuestro protagonista llevaba una vida muy apacible, compartiendo la casa familiar con un primo por parte de madre de su misma edad, soltero como él. El contacto que tenían estos dos mozos casaderos con sus vecinos se producía a diario en las diferentes tabernas de la zona. Fuera de ahí, cada uno en su casa y Dios en la de todos. Los dos constituían la quintaesencia del arquetipo de “los hombres tranquilos”. Es decir, individuos  que no se inmutan ante nada, y que solucionan sus problemas de la forma más práctica posible. Eso si, sin estrés, que es muy malo para el corazón. La tarde de autos salió de casa a las cinco, supongo que para realizar su ronda diaria de contacto vecinal, pero esto último no he podido confirmarlo. Sin saber cómo ni porqué, cayó al suelo, con tan mala suerte que fue incapaz de levantarse por si mismo. No es muy mayor, acaba de cumplir los sesenta y cinco, pero se ve que los kilos de más que tiene, sumados a la fuerza de la gravedad, le impidieron alzarse sobre sus piernas. Allí estuvo, según me relató, esperando a que llegase su primo. No llamó por el teléfono móvil a nadie, ni dio voces por si le oía algún vecino. Nada de nada. El “hombre tranquilo” se acomodó sobre el duro suelo y esperó plácidamente a que llegase su familiar. A las dos de la madrugada regresó el que, en principio, debería ser su salvador. Forcejearon los dos contra los kilos y la fuerza de la gravedad, sin resultado. El primo, que como hemos dicho antes, también pertenece a la estirpe de “los hombres tranquilos”, tampoco pensó en llamar a emergencias, ni a Protección Civil, ni a los bomberos, ni a nadie. La solución para él fue cubrirle con una mantita para que no pasase frío, darle la pastilla de la tensión y dejarlo a la intemperie toda la noche. Él se fue a la cama que venía muy cansado y, como decía Escarlata O’Hara, “ya lo pensaré mañana”. Los dos durmieron muy bien, según me informó el de la mantita:

-         Estaba una noche muy buena, doctora, y no pasé ni frío ni calor. Dormí de un tirón. Desperté por la mañana a las nueve muy, muy descansado- insistía una y otra vez.

Todavía tuvo que esperar una hora más a que su primo se despertase y fuese a llamar a otro primo para ver si lo levantaban entre los dos. Una vez comprobado que no eran capaces, por fin, avisaron a una ambulancia cuyo personal trasladó al hospital al paciente unas veinte horas después de haberse caído.

No sé qué pensaría John Ford de estos dos personajes ni de sus aventuras. De lo que estoy segura es que, si los conociese, les daría algún papel en alguna de sus películas más emblemáticas, preferentemente en “El hombre tranquilo”. 

 

martes, 8 de septiembre de 2015

EL PIERCING VIAJERO


Agujerearse la nariz, la lengua, el ombligo o cualquier otra parte del cuerpo para ponerse un piercing me parece bastante absurdo, pero allá cada quién. Llevar pendientes es algo similar aunque, por lo que he visto en algunos museos, las mujeres de hace cinco mil años ya se agujereaban las orejas para colgárselos. Supongo que sería un signo de belleza y de rango social. Sin embargo, los piercings que algunos lucen hoy en día son de todo menos estéticamente bellos.

A veces nos llega a urgencias algún que otro problemilla relacionado con estos artilugios: infecciones, reacciones alérgicas… Esta semana acudió una chica joven, contando un problema que he bautizado como “el caso del piercing viajero”.

-         Vengo porque hace mes y medio me tragué el piercing que tenía en la lengua y ahora me está saliendo por el sobaco- le relató seriamente al médico de urgencias.

Parecía como si al piercing no le hubiese gustado la ruta natural que sigue todo lo que comemos, y hubieses decidido tomarse un atajito hasta llegar al sobaco del brazo izquierdo.

Cuando vio la cara de incredulidad que ponía el médico, aportó una información complementaria que probablemente estaba destinada a que no la tomase por loca.

-         A varias amigas mías les ha pasado lo mismo. También se han tragado un piercing y les ha salido por el sobaco.

-         Ya… a ver, déjame ver el sobaco.

Tras echarle un vistazo, el caso estaba claro.

-         Mira, esto no es el piercing saliendo por ahí, lo cual es imposible además. Es un pelo que al depilarte se te ha quedado bajo la piel y se ha infectado. Te voy a dar una pomada antibiótica y en unos días se te cura.

-         Pero, ¿y dónde está el piercing?

-         Lo habrás echado con la caca…

-         ¡Qué dices! ¿Y me tenéis hora y media esperando para darme solo una pomada?- replicó enfadadísima.

Yo creo que ha sido una espera muy productiva, ya que ha aprendido que lo que se traga por la boca sale de forma natural por el ano y no por el sobaco. ¡Es una clase de biología gratis!

domingo, 30 de agosto de 2015

QUIERO UNA VARITA MÁGICA





             A veces tengo la impresión de que algunos pacientes y sus familiares piensan que dispongo de una varita mágica de hada madrina, de esas que con solo agitarlas ya has resuelto el problema. Ellos te cuentan el problema y ya está. ¿No eres médico? Pues arréglalo. Esta semana he tenido un caso muy representativo de esta teoría.

Se trata de una señora que atiendo en la consulta desde hace al menos cinco años. Tiene todas las papeletas posibles para ser agraciada con un infarto cardiaco o cerebral: una diabetes mal controlada porque come de todo y no hace ejercicio, la hipertensión disparada por la misma razón, el colesterol por las nubes, y muchísimos kilos de más. Durante todo este tiempo le he repetido decenas de veces que tiene que hacer dieta y perder peso. En cada consulta me hace la promesa de que se lo va a tomar en serio, y luego, en la siguiente visita, la peso y tiene tres o cuatro kilos más. Esta vez, ha pasado la barrera de los cien y se ha llevado tal susto que ha dicho que ésta es la definitiva. “¡Por fin!”, pensé. Según me contó, su alimentación diaria consistía en algo frito con patatas, mucho pan, un postre dulce y coca cola para beber. “El agua me hace daño”, me aclaró.

-         Lo primero que tiene que hacer es cambiar la patata por verduras y no tomar tanto pan.

-         Las verduras no me gustan, y sin pan no soy capaz de comer.

-         ¿Ninguna verdura?

-         Ninguna- afirmó, sin dejarme opción.

-         La carne y el pescado engordan menos si los hace a la plancha.

-         Solo me gustan fritos. No pienso tomar nada hervido ni a la plancha.

-         Los lácteos mejor desnatados…

-         Eso no tiene sabor.

-         Bueno, pues entonces tendrá que hacer más ejercicio.

-         No tengo tiempo.

-         Mujer, está usted jubilada y no tiene que cuidar de los nietos…

-         Ya, pero tengo mucho que hacer.

-         Mire, después de recoger la cocina, a las cuatro de la tarde puede sacar un tiempo para caminar una hora o dos.

-         Imposible. Tengo que ver “Sálvame”.

-         Muy bien. Pues nada, ya nos veremos en el hospital cuando le dé el infarto.

-         ¡Pero cómo!- me contestó sorprendida-, ¿no piensa darme nada para adelgazar? ¿Se va a quedar usted ahí tan tranquila esperando a que me dé algo?

           Francamente, querida, tan tranquila, no. Pienso hacerlo viendo Sálvame.

domingo, 23 de agosto de 2015

REMEDIOS CASEROS

 


Los médicos, a semejanza de los sacerdotes, vemos y oímos de todo, y nada debería extrañarnos. Cuando la medicina no estaba al alcance de todos, la gente se apañaba como podía y muchos remedios caseros eran tan eficaces como el consejo de un buen galeno. Así, algunos de mis pacientes me han contado que para las otitis era muy bueno aplicar unas gotas de leche materna, para cicatrizar las heridas un poco de la propia orina, y para las lombrices que ascendían por el tracto digestivo hacia el esófago, ponerse unos algodones empapados de aguardiente en la nariz. Lo de la leche materna y el pis, tiene una base científica en su riqueza en inmunoglobulinas y en urea, respectivamente. Lo del aguardiente no lo tengo tan claro. Puede que el objetivo fuese que las lombrices muriesen de coma etílico, pero esto no parece que tenga una base científica.

Esta semana hemos tenido un caso verdaderamente curioso. Un paisano que tenía buena intención queriendo ahorrarle unos euros a la Seguridad Social. Claro que la que hubiese tenido que actuar hubiese sido la funeraria, pero de eso, él no era consciente. El relato de los hechos fue el siguiente:

-         Sus pulmones no funcionan bien y tenemos que mandarle con oxígeno para casa.

-         ¿Oxígeno de esos de botella?

-         Más o menos…

-         No me hace falta- dijo-. Usted deme solo el cable y la mascarilla, que la bombona ya la tengo yo.

-         ¿Tiene usted una bombona de oxígeno en casa?

-         Bueno, tengo la de butano, pero debe ser más o menos lo mismo…

Pues si, conectarse al butano debe ser casi lo mismo, sobre todo si se le ocurre fumarse un cigarrito mientras está enchufado.

miércoles, 5 de agosto de 2015

LA MALETA DEL VIEJO PROFESOR

 
 
 

                  Hace unos meses estuve en Roma asistiendo a un curso sobre una de las enfermedades favoritas de los internistas: el Lupus. El televisivo dr House la puso de moda al incluirla siempre entre sus estrambóticos diagnósticos diferenciales y, muchos pacientes, cuando tienen algún síntoma que no son capaces de explicar, enseguida preguntan: "y lo mío, ¿no será un lupus de esos?"
             Hasta la Ciudad Eterna acudieron los más reputados especialistas de todo el mundo. Entre ellos, allí estaba el "viejo profesor". Este especialista en enfermedades autoinmunes ha publicado más de 500 artículos originales en las principales revistas médicas, 250 capítulos y 16 libros, todos ellos relacionados con su especialidad. Ha recibido varios premios y numerosos reconocimientos por su labor investigadora, docente y asistencial. Es lo que solemos llamar "una eminencia". Escucharlo, es siempre un privilegio y un disfrute.
             Pues bien, en esta ocasión, fui testigo de su llegada a la recepción del hotel. Se situó en la cola contigua a la mía para hacer el check-in y, por un momento, pensé en cederle mi puesto, pero no era mejor que el suyo. Me dediqué entonces a observarle con detenimiento. Por su vestimenta y su porte, podría decirse que es uno de esos ancianos ingleses que están disfrutando del sol en alguna de las ciudades costera españolas. Sin embargo, cuando uno le mira de cerca, se pueden apreciar sus ojos vivarachos y su sonrisa franca que, de golpe, le hacen rejuvenecer al menos una década. El "viejo profesor" camina con pasos cortos y apresurados; son los pasos de quien no quiere perder el tiempo, ni tampoco que se lo hagan perder. Su centro de gravedad está ligeramente desplazado hacia delante. Habla deprisa, de una manera que parece poco apropiada para un anciano. Quizás quiera transmitir lo máximo posible en el menor tiempo. De repente, me fijé en su "vieja maleta". Ni siquiera se le podía aplicar el calificativo de vintage. Yo diría más bien que se trataba de una reliquia. De un color indefinible y un tamaño bastante exiguo, calculé que en ella apenas cabría un pijama, los útiles de aseo más imprescindibles y un par de camisas. Sus rozaduras, las manchas laterales, la pérdida de color y el diseño completamente demodé, manifestaban que la usaba desde hacía mucho tiempo. Por supuesto no tenía ruedas ni candados, tan solo una especie de bandas que se unían en la parte superior mediante una hebilla. Imaginé cuántos viajes y aventuras habría vivido esa maleta. Calculé se edad y decidí situarla en los años sesenta. Incluso me pareció recordar que Paul Newman usaba una idéntica en la película El premio, cuando descendía por la escalerilla del avión a su llegada a Estocolmo. ¿Cuáles podrían ser los motivos para conservarla y seguir usándola? Quizás le acompañó en su viaje de novios, o en su primer vuelo en avión para cruzar el Atlántico. También podría ser algo más profundo, como que haya decido no entrar en esta espiral de consumismo, en la que desechamos prendas y objetos con muy poco uso porque los consideramos pasados de moda. Este profesor de medicina, catedrático, jefe de servicio, director de múltiples tesis y proyectos de investigación, jamás cobra por ninguna de las numerosas charlas científicas que imparte. Si le quieren pagar, les sugiere algunas ONG relacionadas con la medicina a las que él ayuda para que donen ese dinero. El "viejo profesor" ha conseguido ignorar los cantos de sirena de los laboratorios farmacéuticos y del materialismo feroz, y pasea con orgullo su vieja y querida maleta.

sábado, 13 de junio de 2015

EL CAMAROTE DE LOS HERMANOS MARX



Esta semana una paciente ha bautizado al despacho que comparto con otros dos compañeros como "el camarote de los Hermanos Marx". Razón no le faltaba ya que, en los diez minutos que tuvo que esperarme, vio entrar y salir por la puerta a casi toda la galería de personajes que entraban en ese camarote en la famosa película. Por allí pasó uno de nuestros psiquiatras que venía a invitarnos a un concierto que dará con su grupo; un ginecólogo retirado, y que ya ha pasado los noventa hace tiempo, quería consultar unas dudas acerca del dolor de sus gastados huesos; nuestra neumóloga favorita y su residente nos contaron el resultado de una broncoscopia que le habían realizado a uno de nuestros pacientes, y, de paso, comentamos el "presunto noviazgo" de Isabel Presley con Vargas Llosa; la enfermera que acaba de ser nombrada presidenta del comité de empresa fue recibida con gritos de "¡presidenta!, ¡presidenta!" en el mismo momento que abrió la puerta y nos dijo que había un familiar  de un paciente que quería hablar con uno de nosotros; un cirujano plástico venía a saludarnos, como todos los viernes, antes de irse a casa y solo para darnos envidia; un residente vino a que le firmase unos días de vacaciones... ¡Un auténtico desfile de lo más variopinto!
Lo de "camarote" nos va bien porque el sitio es pequeño, y uno de nosotros (no soy yo) tiene barco y título de patrón. Lo de "hermanos Marx" también nos sirve: somos tres, y nos tomamos la vida en general y el trabajo en particular con bastante humor. Siempre tenemos música a mayor o menor volumen, la cafetera enchufada y el armario lleno de galletas de diferentes sabores y aptas para celiacos. A veces, si nos gusta la canción que están poniendo en la radio, subimos el volumen y damos cuatro saltos haciendo como que bailamos. Nos gusta nuestro camarote y nos gusta que nos visiten. Estáis todos invitados a subir a bordo.

miércoles, 10 de junio de 2015

HACERSE EL VALIENTE


 
             Muchas personas se ponen más o menos nerviosas cuando tienen que visitar al médico. Da igual que sea por una banalidad o por algo más serio. Puede ser por el ambiente que se respira en las salas de espera de los consultorios, la aglomeración de gente en urgencias, la bata blanca, el pijama verde o azul, el miedo a lo desconocido, a tener algo malo… La lista de motivos puede no tener fin. La mayoría de las personas racionalizan esa aversión y, en aras de mantener o recuperar su salud, acuden a sus citas puntualmente, aunque sea con el miedo en sus ojos, las palmas de las manos sudadas o arrasando los pies. Pasan el mal trago y se van felices cuando les dices que sus análisis están perfectos o que sus pruebas han salido impecables. Unos pocos, pasan de ir al médico aunque se hayan puesto verdes y les hayan salido un par de cuernos. Uno ve sus análisis y realmente son incompatibles con la vida, pero ellos siempre te dirán que están estupendamente. Nunca se han encontrado mejor.

Pero, ¿qué pasa cuando TIENES que ir al médico? Es decir, cuando no hay manera de dejarlo correr, de mirar hacia otro lado, de poner buena cara y disimular. No hay otra opción. Eso es lo que le ocurrió a un paciente que acudió a urgencias con una mano destrozada, de las que hay que llamar a los cirujanos expertos en mano para que se pasen más de doce horas en quirófano haciendo microsuturas y técnicas complejísimas e hiperlaboriosas. Solo había un problema: el paciente llegó borracho. Con la melopea que traía, no se podía operar inmediatamente y, por tanto, algunos de los injertos no se podrían realizar. El médico de urgencias se creyó en la obligación de darle algún consejo útil.

-          Verá usted… Si gusta el alcohol y bebe  tanto, cuando esté así es mejor que no use la máquina esa con la que se ha cortado. Ya sabrá usted que el alcohol disminuye los reflejos, y uno está más distraído, y pueden ocurrir accidentes con mayor facilidad…

-          Claro, claro, doctor- le contestaba exhalando un olor intenso a alcohol.

-          Fíjese, al estar bebido, ¡qué accidente ha tenido! Y encima no le pueden anestesiar hasta que pasen seis horas…

-          Bueno, realmente no estaba borracho cuando tuve el accidente, sino después- decía, arrastrando las palabras.

-          ¿Después?

-          Si, después. Yo no bebo nunca, pero tuve que hacerlo “por la cosa del valor”.

-          ¿Qué “cosa del valor”?
 

-          Pues el “valor” de venir al hospital. Es que le tengo pánico a los hospitales y a los médicos, y claro, me tuve que tomar media botella de aguardiente. Fue la única manera de que me atreviese a venir.

 

Realmente, ¡hay que echarle valor!

 

 

miércoles, 15 de abril de 2015

ALGO ESTÁ PASANDO

              Algo está pasando cuando un paciente te dice que antes de acostarse toma Fornical en lugar de Natecal, que es como se llama el calcio con vitamina D que le ha recetado su médico.
 
               Algo está pasando cuando una mujer embarazada que es de otro país, te pregunta cuánto dura un embarazo en España. Parece como si el cambio de hora retrasase o adelantase el parto. 
 
              Algo está pasando cuando al explicarle a un paciente que lo que tiene es una contractura cervical y por eso tiene el músculo duro como una piedra, pone cara de asombro y dice: -¿piedra? ¿se me subió la del riñón al cuello?
 
              Algo está pasando cuando alguien te dice que expulsa "escrúpulos" verdes por la boca, como si fuese tan fácil librarse de los escrúpulos.
 
             Algo está pasando cuando le preguntas a un paciente si se le hincharon las piernas y te responde: - no, pero me quisieron hinchar-.
 
              Algo está pasando cuando te preguntan en qué planta del hospital se hacen las "pruebas de frenado" de cardiología. Quiero suponer que se refería a una prueba de esfuerzo, que es a donde lo envié.
 
                Algo está pasando cuando ingresó un tipo que jugando al Scrabble con un amigo, se enfadó y se comió las piezas. Tuvo que permanecer ingresado hasta que las fue expulsando una a una.
 
               Algo está pasando cuando alguien te explica en la consulta que hace unos años estuvo muerto y, desde entonces, tiene las rodillas frías. Que nunca más volvió a conseguir que se le calentasen. Y lo dice completamente en serio.
 
              Algo está pasando, y me encanta. Me gusta estar atenta a cualquier frase, cualquier palabra, cualquier historia que, por pequeña que sea, aporte una nota de alegría en esta profesión donde tantas desgracias vemos a diario.
 
 

lunes, 6 de abril de 2015

LADY TEA

 


         Como decía Charles Dickens, "el hombre es un animal de costumbres", y éstas, con el tiempo, se convierten en tradiciones. Para un súbdito de Su Graciosa Majestad, tomar el té de las cinco en punto es un ritual insoslayable. Es bien conocido que los Territorios Británicos de Ultramar alcanzan las zonas más remotas del mundo, y en todos ellos se observa religiosamente la sagrada hora del té. 
 
 
   Lady Tea, que es como llamaremos a partir de ahora a nuestra protagonista, viajaba confortablemente en su camarote de primera clase en el Independence of the Seas, un barco de crucero propiedad de la naviera Royal Caribbean International. Había zarpado una tarde plomiza de abril desde Southampton, al sur de Inglaterra. Lady Tea, tenía la esperanza de que unas millas al sur el sol brillaría con fuerza y calentaría sus maltrechos huesos. El invierno pasado se había fracturado una cadera, así que se había pasado los últimos meses haciendo rehabilitación. Todos los miércoles se reunía en su casa del exclusivo barrio de Chelsea con sus amigas Lady Cupcake, Lady Penny y Lady Bony para jugar su partida semanal de bridge, tomar el té y repasar los cotilleos de la High Society londiense. Lady Cupcake, había enviudado veinte años atrás de Lord Cupcake, destacado miembro del Foreing Office. Había viajado por todo el mundo y, dos meses atrás, por fin logró convencer a sus compañeras de bridge para embarcarse rumbo al sur, en lo que se suponía sería un maravilloso crucero por el Mediterráneo. Visitarían ciudades españolas tan pintorescas como Vigo, la misteriosa Lisboa, Cádiz, Túnez y otros lugares fascinantes. Dejarían atrás la húmeda Inglaterra, tomarían el sol y se codearían con gente correcta. ¡Todo sería perfecto! Lady Tea viajaría en primera, of course, en atención a su reciente fractura de la que aún estaba recuperándose. Con el personal adecuado a su servicio, todo marcharía sobre ruedas. Los primeros días fueron extraordinarios. Las nubes se habían quedado en Inglaterra y el sol brillaba sin excesos. Lady Tea paseaba por cubierta por las mañanas y su cadera se había recuperado de forma asombrosa. El té se servía a las cinco en punto en una salita decorada como si se tratase de uno de los salones de Buckingham Palace, en una magnífica tetera brown Betty con tea cosy. Los  sándwiches de pepino y las pastas que acompañaban al té eran excelentes. Las cenas con el capitán eran la ocasión perfecta para lucir los trajes de noche que no se ponía desde que el difunto había pasado a mejor vida.
      Sin embargo, a ciertas edades hay que tener cuidado con tanta actividad. Tras uno de sus paseos por cubierta, Lady Tea se acatarró, producto sin duda de un descuido al olvidar su chal de cashmere en el camarote. Ese catarro banal se convirtió en neumonía y el oficial médico aconsejó su desembarco en el próximo puerto que, ¡oh casualidad!, se trataba del magnífico puerto de Vigo. La valoraron en el hospital y decidieron su ingreso, puesto que el oxígeno en sus pulmones no tenía los niveles adecuados. ¡Qué contrariedad! Lady Cupcake, Lady Penny y Lady Bony, sin sospechar el alcance de la dolencia de Lady Tea permanecieron en el barco, dejando a su amiga del alma en tierras gallegas. ¡Pobre Lady Tea! No hablaba ni una palabra de español y además, le tocó una enfermera que tampoco hablaba ni una pizca de inglés. Ella estaba decidida a colaborar todo lo que pudiera, a sonreír y a comportarse con todo el decoro que se le supone a una súbdita leal de su Majestad. Así que, cuando a las cinco y diez aún no se había servido el té, se vio en la obligación de llamar al timbre. La enfermera acudió y ella le explicó señalando su reloj que "it's tea time", suponiendo que eso bastaría para entenderla. La enfermera, le revisó la vía endovenosa y comprobó que funcionaba correctamente. Le sonrió y se fue de la habitación. Lady Tea volvió a hacer sonar el timbre.
 
- ¡It's tea time, it's tea time!- repetía, señalando el reloj.
 
     La enfermera seguía sin comprender, así que decidió llamar al médico de guardia.
 
- ¿Hablas inglés?- me preguntó.
- Me defiendo.
- Pues a ver si te entiendes con una lady que tenemos aquí y que está como una moto repitiendo algo que yo no entiendo.
 
Fui a verla y me miraba con los ojos como platos, como si no se creyese que en España no tomásemos el té a las cinco.
 
- ¡It's tea time!¡It's tea time!- repetía frenética.
- Ok. I'll bring you!- le dije.
 
            Le calentamos agua en un vaso de cristal en el microondas de la planta y le metimos una bolsita de té de marca blanca; pusimos un plato encima, unas servilletas de papel, y conseguimos un paquete de galletas de régimen para diabéticos, que abrimos y colocamos en el plato blanco a modo de pastas de té. Se lo llevé todo personalmente, en una bandeja de plástico y con mi mejor sonrisa. ¡Pobre Lady Tea! Casi le da un colapso. Ella que estaba acostumbrada a la porcelana kenwood, a las bandejas de diseño cubiertas por tapetes bordados primorosamente, a las servilletas de hilo con encaje de Cornualles y al Earl Grey Tea. Me miraba con tal cara de incredulidad ante semejante despropósito, que supongo que la próxima vez meterá en el equipaje su propia vajilla y unas bolsitas de su variedad preferida de té, por si vuelve a desembarcar en algún país sin civilizar. No volvió a pedir ningún té a las cinco. Se tomaba el yogurth que le traían en la merienda y  todos los días preguntaba cuándo le dábamos el alta, para volver a su amada, lluviosa y civilizada Inglaterra.
 
 
 
 
 

domingo, 1 de febrero de 2015

AMBULANCIAS Y MOTOS

              Eran las cuatro de la madrugada y hacía unos quince minutos que no entraba ningún paciente por urgencias. Después una guardia tan movida se agradecía un poco de calma, aunque solo fuese durante un rato. Así que me fui a la entrada de urgencias, en concreto a Admisión, una habitación con un gran cristal blindado frontal que vista desde fuera parece una pecera. Estábamos la administrativo que toma los datos de los pacientes que llegan y yo, que me había sentado mientras rellenaba unos papeles. Pensaba tomarme un café, aunque no tenía claro si lo mío era más sueño o cansancio porque a esas horas de la madrugada, y después de llevar allí desde las ocho de la mañana, las dos cosas están bastante mezcladas. Si levantaba la vista, podía ver la calle y el tramo de acera por donde accedían los enfermos. De repente, observo cómo entra a la carrera un hombre de unos cincuenta años con la nariz roja como un tomate maduro tirando a pocho y el pelo tan alborotado que a su lado los pelochos parecían bien peinados.  Se dirigió hacia la ventanilla y preguntó a bocajarro:
- ¿Manuel  Rodríguez Pérez?
La administrativo miró brevemente la pantalla y le dijo:
- Aquí no está.
- Mire bien, que tiene que estar- demandó impaciente-. Salió en ambulancia un poco antes que yo en la moto.
- A ver, repítame el nombre- pidió mi compañera impasible.
- Manuel Rodríguez Pérez.
- No está. Quizás llegue en unos minutos.

  No parecía creérselo. Abrió mucho los ojos y mirándonos con sorpresa, exclamó:
- Pero entonces, ¡me está diciendo que corre más mi moto que una ambulancia! ¡Este país no tiene arreglo! ¿Cómo es posible?- repetía mientras salía a la calle para ver si llegaba la ambulancia con su amigo.

 Por su aspecto parecía que había venido a la velocidad de la luz o a la del sonido. Desde el domicilio de su amigo hasta el hospital hay varias rotondas. No sabemos si la cruzó a través o si las rodeó, lo cual parece bastante improbable. La ambulancia aún tardó bastante rato en llegar, lo que nos lleva a pensar que si hubiese traído a su amigo en la moto, habría llegado mucho antes, pero no sabemos en qué condiciones.