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domingo, 26 de marzo de 2017

LA ABUELA QUE LLAMÓ A TELEPIZZA.

-          Supe que era una mujer especial desde que ingresó  a los noventa y dos años con un infarto de miocardio masivo y sobrevivió contra todo pronóstico. “No tengo ningunas ganas de morirme”, me decía. “Así que ese dolor que tuve en el pecho fue del corazón. ¡Quién lo hubiera sospechado!”, comentaba sorprendida. Durante varios días se debatió entre la vida y la muerte, todo ello aderezado con un cuadro de confusión que le hacía ver toda clase de bichos paseándose por las paredes. Sus hijas le explicaban una y otra vez que se encontraba en el hospital y ella les respondía que la estaban engañando, que no entendía por qué la habían llevado al zoológico. Finalmente, la fase aguda pasó y a la hora del alta, decidieron que lo mejor es que fuese a vivir a una residencia de ancianos donde estaría mejor atendida. Con el susto aún en el cuerpo aceptó dócilmente lo que su familia le propuso, aunque ya se atisbaba una pizca de rebeldía cuando antes de marcharse me comentó: “en cuanto esté mejor, me vuelvo para mi casa”. Esta semana la he visto en la consulta de revisión tras el alta y, por supuesto, le pregunté por su estancia en la residencia. “No está mal. Es bonita. Lo jardines están bien, pero la comida es una mierda”. Sus hijas murmuraron un “por Dios, mamá”, y ella continuó: “una auténtica mierda. Fíjate cómo será que esta semana tuve que llamar a Telepizza. Y las arpías de recepción me la confiscaron”. Al parecer, se cameló a uno de sus nietos para que le buscase el número de teléfono. El pobre, jamás pensó que la abuela se atreviese a semejante aventura. Para horror de sus hijas, que el acompañaban en la consulta, le sugerí que la próxima vez llamase a Teletortilla. “Estupendo – comentó-. ¿No tendrás por ahí el número, verdad?”

-          ¡Mamá, por Dios!, fue lo último que les oí decir mientras salín apresuradamente de la consulta.