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viernes, 31 de agosto de 2012

¡CON LAS COSAS DE COMER NO SE JUEGA!

Entró saludando al personal con la confianza que da el ser una visitante asidua y archiconocida en el servicio de urgencias. Eran las 2 de la madrugada y habíamos conseguido despejar los boxes, ¡por fin!
         - ¡La que faltaba!- dijo la administrativo cuando la vio entrar-. ¡María, la de los gatos!
         - ¡Buenas noches!- dijo sonriente con su bata rosa y sus zapatillas a juego. -¿Qué tal estáis todos?
         - Bien, bien. Y a usted, ¿qué la trae por aquí y a estas horas?- ya con retintín.
         - Vengo porque me he tragado un reloj.
         - Muy bien. Dígame sus datos y espere un momentito que enseguida la atienden -le dijo sin inmutarse, como si tragarse un reloj fuese de lo más habitual.
Entra la administrativo al despacho y me dice:
-         Está ahí “María la de los gatos”. Dice que se ha tragado un reloj. Tú ni caso. Siempre cuenta unas movidas rarísimas que luego no son verdad. Mándala para casa cuanto antes, que hoy viene sin maleta para quedarse.
-         ¿Trae maleta cuando viene a urgencias?- pregunto asombrada.
-         Si, siempre. Se cree que esto es el Ritz.
Voy a verla al box y le hago las preguntas de rigor:
-         ¿Qué le ha pasado?
-         Me he tragado un reloj.
-         ¿Se lo ha tragado hoy? ¿A las 2 de la madrugada? (Ya me estaba “maliciando”)
-         ¡No, por Dios! Fue hace quince días.
-         ¿Y por qué viene hoy a las 2 de la madrugada?- le pregunto conteniendo la ira que estaba a punto de salirme. Yo misma sabía la respuesta: ¡por jod…!
-         ¡Uyyy!, pues porque ahora al abrir la boca oigo ¡tic, tac!, ¡tic, tac! Escuche, escuche- me dice mientras abre la boca y se me pega a la cara.
A pesar de las recomendaciones de las enfermeras y auxiliares veteranas, decidí hacerle una radiografía y ¡allí estaba el reloj!, dando vueltas entre los jugos gástricos, sin poder pasar al duodeno ni volver hacia atrás. Acabó en quirófano con la barriga abierta porque su reloj hacía ¡tic, tac!, ¡tic, tac!

Otra noche (estas historietas siempre son por la noche) llega una pobre señora toda angustiada
-         ¡He perdido los dientes de arriba!
Nos pareció lo máximo. ¿Pero qué viene a hacer a urgencias? ¿A buscar la dentadura? Todos la mirábamos con cara de ¡cuánto Friki se pasa por aquí!
- Es que estaba en cama comiendo galletas y viendo la tele y me quedé dormida. Total, que no encuentro los dientes de arriba.
-         ¿Ya ha buscado bien entre las sábanas?
-         Si, ya deshice la cama 3 veces y la he vuelto a hacer. Hágame una radiografía porque no sé si me los habré tragado.
Se la hice y allí estaban los dientes alojados en el bronquio derecho. ¡Menudo lío para quitárselos!

Moraleja: nunca comas galletas en cama si los dientes no son tuyos  y quítale la pila al reloj de pulsera si piensas tragártelo.

domingo, 26 de agosto de 2012

BORRACHOS Y AMIGOS PARA SIEMPRE

Una noche llega en ambulancia un paciente al que le acompañaba otro que entró corriendo y gritando en urgencias:
-         ¡Mi amigo Pablo está muerto! ¡Está muerto!
   Fuimos corriendo porque su voz sonaba muy angustiada. Cuando llegamos, lo primero que vimos fue la cara escéptica de la enfermera.
-         No hay apuro, sólo está borracho.
-         No es verdad, él no bebe. Está muerto...- decía el acompañante, que también parecía estar “contento”.
      El olor a alcohol nos llegaba claramente y el paciente dormía tan tranquilo boca abajo en la camilla, por lo que su cara no se veía del todo. Sus ronquidos acompasados no nos indicaban ningún dato de gravedad. Decidimos dejarlo durmiendo la “mona” en el box y revisamos su documentación para tomarle bien los datos. Al sacar el documento de identidad, vimos que tenía pasaporte americano y que no se llamaba Pablo.
-         Oye- le dijimos al acompañante-, en su pasaporte pone John Smith  y que es de Nueva Jersey.
-         No, no, es Pablo, mi amigo; lo que pasa es que viaja mucho a América.
      Durante toda la noche se oían los ronquidos de Pablo y los lamentos de su amigo por todo el servicio de Urgencias. De vez en cuando, se acercaba al control de enfermería y nos decía:
-         Está muerto, me estáis engañando-...
-         Que no, que está borracho- repetíamos todos a coro.
-         No es posible, porque él no bebe.
-         Entonces, ¿es abstemio, como tú?- le decíamos irónicamente
-         Si, si... nunca bebe, como yo.
  Toda la noche con la cantinela: ¡está muerto, está muerto...! Ya no le hacíamos ni caso, cuando de repente Pablo se despertó y se sentó en la camilla, con los ojos legañosos y cara de extrañeza.
-         ¡Buenos días, Pablo! ¿Cómo estás?
Pablo nos miró y dijo con un acentazo americano de película de acción:
-         ¿Ri-va-da-bia?
    Le decimos al “plasta” que su amigo se ha despertado y cuando lo ve, exclama con enfado y como echándonos la culpa:
-         ¡Tú no eres Pablo!
        El americano estaba en Ribadavia en la fiesta de la Historia y, sin saber cómo, apareció en la puerta de una discoteca a 50 km de Ribadavia con una borrachera de órdago. El otro pasa por allí, lo ve tirado y piensa que es su amigo Pablo, llama a una ambulancia y lo trae al hospital. Cuando se lo explicamos a John, se sorprendió mucho de que un desconocido se hubiese preocupado por él y le daba las gracias vehementemente.
-         Thanks man. I´m grateful...- le decía mientras le daba un gran abrazo.
Al final, se fueron a desayunar juntos a la cafetería, encantados de haberse conocido y quiero pensar que se hicieron amigos, fueron felices y comieron perdices.

jueves, 23 de agosto de 2012

CRONICAS HIPOCONDRIACAS

(Dedicado a W y a M)
Los pacientes hipocondríacos son un reto y una trampa que a la larga acaba siendo mortal. En cualquier momento pueden tener un síntoma alarmante de verdad pero a base de cansar a todo el mundo con su “maulitis”, no se les hace caso y ¡Zas!: muerte segura.
         En una ocasión llegó a urgencias uno de estos con un aspecto formidable y absolutamente saludable.
-         ¿Qué tal?
-         Pues muy mal.
-         ¿Qué le ocurre?
-         Pues, anteayer estaba bien, ayer empezó y hoy, ¡ya ve usted!
Con esos datos, diagnosticarle algo hubiese sido una proeza y mi firme candidatura al premio Nobel.
         Después están los profesionales de la “hipocondría” como mi querida abuela que siempre estaba malísima, muriéndose a chorros, sin que su nieta médica le hiciese caso y pasando siempre sus ultimas navidades con nosotros. Tiene 92 años y ya ha enterrado a todos sus hermanos, sus amigas y compañeras de excursiones del Inserso que tenían tanta pena de ella por lo enferma que estaba. Su mecanismo es el siguiente:
-         Tengo miedo de tener alto el colesterol y que me dé un “patatús”.
-         Pues vete al médico y que te haga un análisis.
-         ¡Uyy, no!, que tengo mucho miedo de tenerlo alto.
-         Pero hazte el análisis y sales de dudas.
-         ¡No, no, que me da muchísimo miedo!
Y así un día tras otro, en un permanente diálogo de besugas. Ella pensando que tenía alto el colesterol y yo empeñada en que se hiciese un análisis, que es la única forma saberlo con certeza. Cuando por fin se decidió, le pregunté:
-         ¿Qué tal los análisis?
-         No me los hice porque en la sala de espera estaba Maruxa da Ribeira que me dijo que lo mejor era tomarse una cucharada de alpiste de los pájaros, que lo baja seguro. Así que le di mi vez a Rosa do Charco y me fui al super y compré una caja de alpiste Nido. Está asqueroso, pero así no tengo que tomar pastillas.
-         Pero si ni siquiera sabes si lo tienes alto. ¿Para qué te tomas eso?
-         Para bajarlo, por si acaso lo tengo alto.
Es decir, una “experta” octogenaria de la aldea le recomienda alpiste de los pájaros y se lo toma a los cinco minutos y yo, que soy su nieta médica, tardo semanas en convencerla para hacerse una simple analítica. ¡Sin comentarios!               
 Otro día llama por teléfono y dice con voz temblorosa:
         - Tengo un cáncer de mama.
         - Pero, ¿por qué dices eso, abuela?
         - Porque tengo una mancha amarilla aquí en un lado y tiene pinta de ser un cáncer de esos malísimos.
         - Date con un poco de jabón a ver si te sale.
Al cabo de unos minutos vuelve a llamar.
         - Froté y ya me pasó el cáncer. ¡Es un milagro!
Y así  un día y otro, viviendo en una permanente enfermedad imaginaria, angustiada por la certeza de una muerte inminente e irremediable. ¡Cómo se cumplía aquel viejo refrán!: “mujer enferma, mujer eterna” o su versión en gallego, “muller doente, muller pra sempre”.

domingo, 19 de agosto de 2012

CARTAS A MI DOCTORA

Hoy nos toca "prosa".  Aquí reproduzco unos fragmentos de una carta  surrealista que me escribió un paciente desde su lugar de veraneo. No sé si me echaba de menos, le había dado un brote de algo o no se estaba tomando las pastillas. No me quedó muy claro, porque para entenderla, tuve que leerla varias veces en diferentes días.

Respetable doctora: faltaría a uno de mis primeros deberes y no tendría justificación mi conducta si dejase pasar más tiempo sin consagrarle el más leve recuerdo a su especialidad en Medicina Interna que tantos recuerdos en bien me ha dejado.
(...)
Que el cuerpo y la mente son todo uno es un conocimiento antiguo. Pero sólo recientemente la medicina convencional ha prestado atención a esa conexión y explora a fondo sus mecanismos fisiológicos. Ahora, los especialistas como usted quieren desenredarla y se preguntan: ¿se puede actuar sobre un extremo tirando del otro?
Tipos de meditación usados nos enseñan a controlar el estado de ánimo. El mío,  desde que Vd  no lo controla, se encuentra meditabundo.
Muchas gracias por este convencimiento. Pronto nos veremos.
A su vuelta, le agradecí que se hubiese acordado tanto de mi y me hubiese escrito una carta  tan profunda que me estaba ayudando a pensar  mucho: ¿quién soy? ¿de dónde vengo? ¿a dónde voy? Diez años después, cuando la leo me estremezco porque me siguen asaltando las mismas dudas: ¿se puede actuar sobre un extremo tirando del otro?

miércoles, 15 de agosto de 2012

POESIA HOSPITALARIA

                    La enfermedad nos hace vulnerables y cuando se trata con cariño a un paciente, aunque no se cure, siempre muestra su agradecimiento. A veces es con una sonrisa, un “muchas gracias” cuando se van, unos bombones, “una poesía”...
Aquí reproduzco una que me escribió una paciente que no sé si es correcta en métrica y rima, pero sin duda se merece un premio por simpática y original.
Isto foi no 2005 no día 12 de xulio, non quixera recordar;
         ingresáronme no hospital, non podía respirar.
         Eu levaba moito medo ás enfermeras que alí había,
         pero dou gracias a todos, pois atendían noite e día.
         A miña doctora  é unha señora sencilla,
eu estaba moi mal na cama e ela escoitábame na silla.
Tan sólo teño queixa da auga que alí había,
aínda ben non a bebía, xa andaba de cajarría.
Consulteime coa doctora e logo volvín ó normal,
así que ela se enterou, déronme agua mineral.
Con isto xa me despido de doña......
Un abrazo moi forte de.........
Esto fue en 2005 el día 12 de julio, no  quisiera recordar;
Me ingresaron en el hospital, no podía respirar.
Yo llevaba nucho miedo a las enfermeras que allí había,
Pero doy gracias a todos, pues atendían noche y día.
Mi doctora, es una señora sencilla,
Yo estaba muy mal en cama  y ella me escuchaba en la silla.
Sólo tengo queja del agua que allí había,
En cuanto la bebía, tenía diarrea.
Me consulté von la doctora y enseguida volví a lo normal,
Así que ella se enteró, me dieron agua mineral.
Con esto ya me despido de doña...
Un abrazo muy fuerte de......

jueves, 9 de agosto de 2012

¡DILE A LA DOCTORA LO QUE FUMAS!

Tenía 85 años. Llegó a urgencias respirando por las branquias porque los pulmones los tenía completamente cerrados. Después de varios ventolines, urbasones y oxígeno a todo gas, cambió el color azul pitufo (cianótico diríamos en argot médico) por un tono más sonrosadito. Todas sus energías las tenía concentradas en respirar y tardó bastante rato en poder contestar a las preguntas habituales:
-         ¿Cuánto tiempo lleva mal?, ¿tiene tos?, ¿echa flemas?, ¿tuvo fiebre?
En fin, las cuestiones habituales. La siguiente, también de manual:
-         ¿Es usted fumador?
-         Pues,- un momento de duda- si.
-         ¿Y cuánto fuma?
Silencio sepulcral. La mujer cambió la cara de angustia contenida a cabreo manifiesto y cruzando los brazos sobre el pecho, golpeaba el suelo rítmicamente con su pie derecho.
         - Dille á doctora o que fumas.
El paciente había enmudecido y yo intenté animarlo.
-         ¿Cuántos paquetes? ¿Uno, dos…?
-         Dille, dille á doctora o que fumas- le repetía mientras taconeaba en el suelo cada vez más fuerte.
-         Bueno, no será tanto. ¿Cuánto fuma?
Seguía mirándome sn decir nada, con cara de agobio, mientras su mujer subía cada vez más el tono.
         - Dille á doctora o que fumas, ¡ladrón!.
Entonces, separó la mascarilla de oxígeno y dijo avergonzado:
-         ¡Marihuana!
-         ¿Marihuana?
-         Si, si –me dijo su mujer-. Estuvo en Marruecos con la Legión y se aficionó. Ahora, como la pensión no llega para nada, tiene una plantación de marihuana entre los tomates y las judías que tengo plantados en la huerta que hay detrás de casa. ¡Cualquier día nos llevan presos!
Presos, no sé. Pero en un despiste cualquiera, en lugar de liarse un porro de maría, se lo lía de hojas de tomate o de judías, o se hacen una sopa de de marihuana.

martes, 7 de agosto de 2012

¡AY, PENA DE MI!

Nunca tuve tantos pretendientes como desde que me dedico a este negocio. Claro que tiene un “pero”. Ninguno tiene menos de ochenta  años:  la mayoría roza o supera los noventa. Además, si sueltan alguna inconveniencia, te dicen que no se acuerdan, que “se les va la cabeza” y la pobre “demencia” lleva las culpas de todo.
Tenía un nonagenario ingresado que siempre que venía la enfermera le decía algún piropo, todo sonriente y zalamero.
-                           Fulano-, le dije -que ya no está usted para estos trotes. Que le va a repetir el infarto-.
-                           ¡Ayyy doctoriña, que la zorra pierde el pelo, pero no las mañas!
Con esta ilusión, es fácil que llegue a los cien o más allá, incluso. Cuando se fue de alta, todas fuimos a despedirlo: médicas, enfermeras, auxiliares… Cada una había recibido algún “halago” de este latin lover geriátrico y queríamos agradecerle sus piropos.

         Un día estaba de guardia e ingresé a un anciano de 85 años con un pequeño infarto. Estaba bastante bien para su edad y, como urgencias estaba colapsado, lo dejé en un sofá en el pasillo con un monitor y el suero pegado con un esparadrapo en la pared en espera de cama (todo última tecnología). Yo iba de un lado a otro y miraba de reojo el monitor. Cada vez que pasaba cerca de él, le oía exclamar arrastrando la voz y las palabras:
-        ¡Ayyy, pena de min!-
-                           ¿Qué le pasa? ¿Tiene dolor?
-                           No tengo ninguno doctora.
Yo seguía apurada y él seguía con su cantinela lastimosa: - ¡Ayy, pena de min!-. Al tercer “pena de min” que le oí, me acerqué y le pregunté:
-                           Pero, ¿qué le pasa? ¿Se encuentra mal?
-                           No, doctora. Es que tengo pena de min por haber quedado soltero habiendo estas médicas ¡tan guapas!

¡Ole! Y ¡Ole!, por este don Juan infartado y por esos oculistas que no le habían querido operar las cataratas, porque “era muy mayor”. Gracias a eso, veía muy mal y todas le parecíamos Sofía Loren. ¡Qué sabrán los oculistas lo que es ser “muy mayor”!

sábado, 4 de agosto de 2012

LA CABEZA NO PARA ( a cabeza non para)

Hablar de “enfermedades de la cabeza” es una cosa muy seria y hay que explicar muy bien los síntomas para que los médicos podamos hacer un diagnóstico lo más aproximado o exacto posible.  A veces, una palabra técnica nos puede ayudar:
-         Tengo ruidos “acústicos” en la cabeza.

         Otras veces, hay que explicar para que se va a la consulta.
-         Me mandaron al neurólogo por causa de las “pirañas” que me dan a la cabeza.
Quiero suponer que hablamos de las migrañas porque si realmente tiene pirañas, mal asunto.
En ocasiones, se requiere un equipo multidisciplinar. Así, un día viene un paciente a urgencias y me pide que lo vea el Neurocirujano.
-         Muy bien, pero dígame por qué quiere que lo vea, porque antes de llamarlo tengo que saber para qué lo llamo.
-         Es que tiene que quitarme un aparato que me pusieron en la cabeza-,  me dice señalando la nuca.
-          ¿Le operaron?-. La verdad es que no le encontraba ninguna cicatriz.  
-         Si, ya hace tiempo.
-         ¿Pero tiene dolor, le molesta? ¿Se lo pusieron los neurocirujanos de este hospital?
-         No, los de aquí no fueron.
-         Pero, ¿qué le pusieron?
-         Un microchip- me dijo todo serio.
-         ¿Los neurocirujanos de aquí? ¿Un microchip?- madre mía, como a los perros, pensé.
-         No. En realidad fueron los marcianos cuando me abdujeron, pero claro, ahora no me interesa tenerlo, porque saben lo que pienso, lo que hablo... Y claro, esto ahora no me va bien.
-         Hombre, pues eso tendrán que quitárselo donde se lo pusieron-, dije jugándome el tipo porque con los psicóticos nunca se sabe por dónde van a salir.
-         Bueno, ya llamé por teléfono pero no me cogen, y claro, yo así no puedo estar.
Como no había “Marciano de guardia”, avisé al Psiquiatra porque este tipo de microchips requiere una técnica “especial” que sólo él puede aplicar; son aparatos muy delicados.