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miércoles, 5 de agosto de 2015

LA MALETA DEL VIEJO PROFESOR

 
 
 

                  Hace unos meses estuve en Roma asistiendo a un curso sobre una de las enfermedades favoritas de los internistas: el Lupus. El televisivo dr House la puso de moda al incluirla siempre entre sus estrambóticos diagnósticos diferenciales y, muchos pacientes, cuando tienen algún síntoma que no son capaces de explicar, enseguida preguntan: "y lo mío, ¿no será un lupus de esos?"
             Hasta la Ciudad Eterna acudieron los más reputados especialistas de todo el mundo. Entre ellos, allí estaba el "viejo profesor". Este especialista en enfermedades autoinmunes ha publicado más de 500 artículos originales en las principales revistas médicas, 250 capítulos y 16 libros, todos ellos relacionados con su especialidad. Ha recibido varios premios y numerosos reconocimientos por su labor investigadora, docente y asistencial. Es lo que solemos llamar "una eminencia". Escucharlo, es siempre un privilegio y un disfrute.
             Pues bien, en esta ocasión, fui testigo de su llegada a la recepción del hotel. Se situó en la cola contigua a la mía para hacer el check-in y, por un momento, pensé en cederle mi puesto, pero no era mejor que el suyo. Me dediqué entonces a observarle con detenimiento. Por su vestimenta y su porte, podría decirse que es uno de esos ancianos ingleses que están disfrutando del sol en alguna de las ciudades costera españolas. Sin embargo, cuando uno le mira de cerca, se pueden apreciar sus ojos vivarachos y su sonrisa franca que, de golpe, le hacen rejuvenecer al menos una década. El "viejo profesor" camina con pasos cortos y apresurados; son los pasos de quien no quiere perder el tiempo, ni tampoco que se lo hagan perder. Su centro de gravedad está ligeramente desplazado hacia delante. Habla deprisa, de una manera que parece poco apropiada para un anciano. Quizás quiera transmitir lo máximo posible en el menor tiempo. De repente, me fijé en su "vieja maleta". Ni siquiera se le podía aplicar el calificativo de vintage. Yo diría más bien que se trataba de una reliquia. De un color indefinible y un tamaño bastante exiguo, calculé que en ella apenas cabría un pijama, los útiles de aseo más imprescindibles y un par de camisas. Sus rozaduras, las manchas laterales, la pérdida de color y el diseño completamente demodé, manifestaban que la usaba desde hacía mucho tiempo. Por supuesto no tenía ruedas ni candados, tan solo una especie de bandas que se unían en la parte superior mediante una hebilla. Imaginé cuántos viajes y aventuras habría vivido esa maleta. Calculé se edad y decidí situarla en los años sesenta. Incluso me pareció recordar que Paul Newman usaba una idéntica en la película El premio, cuando descendía por la escalerilla del avión a su llegada a Estocolmo. ¿Cuáles podrían ser los motivos para conservarla y seguir usándola? Quizás le acompañó en su viaje de novios, o en su primer vuelo en avión para cruzar el Atlántico. También podría ser algo más profundo, como que haya decido no entrar en esta espiral de consumismo, en la que desechamos prendas y objetos con muy poco uso porque los consideramos pasados de moda. Este profesor de medicina, catedrático, jefe de servicio, director de múltiples tesis y proyectos de investigación, jamás cobra por ninguna de las numerosas charlas científicas que imparte. Si le quieren pagar, les sugiere algunas ONG relacionadas con la medicina a las que él ayuda para que donen ese dinero. El "viejo profesor" ha conseguido ignorar los cantos de sirena de los laboratorios farmacéuticos y del materialismo feroz, y pasea con orgullo su vieja y querida maleta.

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