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domingo, 30 de agosto de 2015

QUIERO UNA VARITA MÁGICA





             A veces tengo la impresión de que algunos pacientes y sus familiares piensan que dispongo de una varita mágica de hada madrina, de esas que con solo agitarlas ya has resuelto el problema. Ellos te cuentan el problema y ya está. ¿No eres médico? Pues arréglalo. Esta semana he tenido un caso muy representativo de esta teoría.

Se trata de una señora que atiendo en la consulta desde hace al menos cinco años. Tiene todas las papeletas posibles para ser agraciada con un infarto cardiaco o cerebral: una diabetes mal controlada porque come de todo y no hace ejercicio, la hipertensión disparada por la misma razón, el colesterol por las nubes, y muchísimos kilos de más. Durante todo este tiempo le he repetido decenas de veces que tiene que hacer dieta y perder peso. En cada consulta me hace la promesa de que se lo va a tomar en serio, y luego, en la siguiente visita, la peso y tiene tres o cuatro kilos más. Esta vez, ha pasado la barrera de los cien y se ha llevado tal susto que ha dicho que ésta es la definitiva. “¡Por fin!”, pensé. Según me contó, su alimentación diaria consistía en algo frito con patatas, mucho pan, un postre dulce y coca cola para beber. “El agua me hace daño”, me aclaró.

-         Lo primero que tiene que hacer es cambiar la patata por verduras y no tomar tanto pan.

-         Las verduras no me gustan, y sin pan no soy capaz de comer.

-         ¿Ninguna verdura?

-         Ninguna- afirmó, sin dejarme opción.

-         La carne y el pescado engordan menos si los hace a la plancha.

-         Solo me gustan fritos. No pienso tomar nada hervido ni a la plancha.

-         Los lácteos mejor desnatados…

-         Eso no tiene sabor.

-         Bueno, pues entonces tendrá que hacer más ejercicio.

-         No tengo tiempo.

-         Mujer, está usted jubilada y no tiene que cuidar de los nietos…

-         Ya, pero tengo mucho que hacer.

-         Mire, después de recoger la cocina, a las cuatro de la tarde puede sacar un tiempo para caminar una hora o dos.

-         Imposible. Tengo que ver “Sálvame”.

-         Muy bien. Pues nada, ya nos veremos en el hospital cuando le dé el infarto.

-         ¡Pero cómo!- me contestó sorprendida-, ¿no piensa darme nada para adelgazar? ¿Se va a quedar usted ahí tan tranquila esperando a que me dé algo?

           Francamente, querida, tan tranquila, no. Pienso hacerlo viendo Sálvame.

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