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domingo, 3 de marzo de 2013

LA ABUELA TECNOLÓGICA


Durante el año 1997 mis compañeros residentes de primer año y yo luchábamos por sobrevivir a las guardias de urgencias del Hospital. El asunto consistía, básicamente, en no matar a nadie y no hacer demasiado el ridículo (por ese orden). Hasta donde yo recuerdo, ninguno teníamos teléfono móvil. Es más, si nos enterábamos de que alguien tenía uno, enseguida era etiquetado como hortera sin remedio -la palabra friki no sé si existía-. Un día de guardia, en que corría de un lado a otro por el pasillo de urgencias que tenía el aspecto de una trinchera de la Primera Guerra Mundial (camillas y sillas de ruedas por todas partes), una abuela captó mi atención. Estaba en una camilla, con un peso colgando de la pierna derecha (señal inequívoca de cadera rota), esperando que la subiesen a la planta de trauma. Combinaba de forma magistral el camisón del hospital con el  pañuelo negro típico de las ancianas de aldea. Cada vez que pasaba, la oía - ¡Ay, Señor!, ¡Ay, Señor!- así que me  paré y le pregunté:
- ¿Qué le pasa? ¿Tiene dolor?
- No “filliña”, dolor no tengo.
- Entonces, ¿qué le pasa?
- Estoy preocupada por las ovejas, que van a estar solas.¡Pobriñas!
- Bueno, alguien se las cuidará. No sé, a lo mejor alguno de sus hijos. ¿Cómo se rompió la cadera?
- Estaba en el monte con las ovejas, resbalé en una piedra y me caí, y allí quedé, sin poder moverme.
- ¿Estaba usted sola?- le pregunté con curiosidad.
- Pues si- me contestó.
- Y, ¿cómo hizo para avisar? ¿Tuvo que esperar a que pasase algún vecino?
Me miró con cara de “pero que atrasada estás” y me dijo, llena de razón.
-No mujer, ¡llamé por el móvil!.
Casi me caigo allí mismo del susto. Nadie tenía móvil y aquella abuela era el Steve Jobs de la aldea. Se paseaba por el monte con sus ovejas, su perro, un bastón, vestida de negro con un pañuelo en la cabeza como la abuela del anuncio de la fabada y ¡¡¡con un móvil!!!
- ¿Tiene usted móvil?- le pregunté asombrada.
- Me lo regaló mi hijo para un apuro, y fíjese qué bien me vino.

Ahí empecé a plantearme que quizás no sería tan malo, ni tan hortera tener un móvil. (Aún pasarían cuatro años antes de que me comprase uno). Durante todo este tiempo se nos ha hecho imprescindible, y cada vez parece más claro que los psiquiatras van a tener mucho trabajo para desenganchar a los yonquis de la tecnología. Últimamente he observado que los hay adictos y luego están los otros, los maleducados. Me ha pasado ya unas cuantas veces: estoy con un paciente en la consulta explicándole algo, auscultándole... y le suena el móvil. Y lo que es peor: lo coge. Y empiezan esas conversaciones ¡taaaan interesantes!, que me llevan a pensar en salir para dejarles intimidad y que hablen de sus cosas. ¿Quién soy yo para interrumpir?
- Hombre, fulano. ¿qué tal?
- ....
- Nada, aquí en la consulta del médico, que me está auscultando...
- ....
- De momento no me ha dicho nada concreto, ya te contaré luego.
- ....
- Si, bueno, hace tiempo que me duele pero me dieron la cita con el especialista para hoy.
- ....
- Ya te digo. Si, tiene mucha lista de espera. El seguro está fatal.
- …
Aquí ya intervengo yo porque veo que aquello va para largo y ya se ha comido su tiempo y el del siguiente paciente, y otra vez voy a llegar a mi casa a las tantas.
- Oiga, dígale que le llame más tarde.
- Bueno, fulano, tengo que dejarte.

Y aún unos minutos más de cuándo quedamos que tenemos que vernos, recuerdos a tu mujer... y no sé cuantas tonterías más. Me estoy planteando poner un cartel en la puerta de la consulta que ponga algo así como “Mantengan desconectados sus teléfonos, porque pueden interferir con el estetoscopio y que su diagnóstico sea erróneo”. A ver si así consigo algo.


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