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miércoles, 13 de agosto de 2014

TÉCNICAS MÉDICAS ESCATOLÓGICAS

        Los médicos hacemos cientos de exploraciones, maniobras y técnicas que nos sirven para diagnosticar las dolencias de nuestros pacientes. Cada uno va adquiriendo más pericia a medida que las va realizando y la mayoría se basan en una combinación de los sentidos de la vista, el oído y el tacto. Palpamos lo que vemos (no tocamos; palpamos, que es más elegante), e interpretamos lo que oímos.
       Pero hay una maniobra que no nos gusta ni a los médicos hacerla, ni a los enfermos que se la realicemos: el "tacto rectal". Cuando nos enfundamos los guantes y nos embadurnamos con vaselina el dedo índice de la mano derecha si somos diestros, o de la izquierda si somos zurdos, sabemos que nos adentramos en lo desconocido. Vamos a tocar algo que no vemos y eso siempre genera inquietud, ansiedad, desasosiego y una cierta precaución. Tanto es así, que sé de compañeros que han elegido en el examen MIR una especialidad  solo porque están seguros de que no van a tener que hacer tactos rectales. Es el caso de un amigo mío que eligió psiquiatría. No iba a tener que palpar, ni auscultar, ni percutir, ni, por supuesto, hacer tactos rectales. Durante la carrera, en las prácticas, había ido esquivando con gran pericia todas las oportunidades que se le habían presentado de realizar esta maniobra. Llegó al MIR y eligió una plaza de psiquiatría. " Me libro", pensó feliz. Pero, hete aquí que le toca hacer guardias de urgencias durante unos meses de R1 y, un fatídico día, aparece un paciente con dolor abdominal. Le hizo la historia clínica al detalle, le exploró todo lo explorable y le pidió todas las pruebas que se pueden pedir en urgencias. Cuando lo tuvo todo, se acercó a la médica adjunta que le supervisaba y le presentó el caso. Notaba una cierta intranquilidad y que transpiraba más de la cuenta. Sabía el motivo, pero aún le quedaba una pequeña esperanza de que no fuese necesario. Así que esperó. Su compañera leyó todo, valoró todas las pruebas y exploraciones realizadas y, mirándole fijamente, le dijo:
- Muy bien, muy bien... Solo te falta una cosa.
      La sudoración se hizo más fuerte y el pulso se aceleró. Su subconsciente lo sabía, se lo estaba diciendo a gritos: "tienes que hacerle un tacto rectal". Quiso hacer un último intento, quemar otro cartucho...
- ¿Le pido una resonancia magnética?
- Ya sabes que eso no se hace en urgencias...
- ¿Una arteriografía?
- No.
- ¿Unos anticuerpos antinucleares?- dijo con un hilillo de voz casi inaudible.
- No es necesario. Te falta una cosa, ¡y lo sabes! 
 
        Ya no se le ocurría nada más, ninguna otra prueba que fuese ocupando el tiempo y, con un poco de suerte, pasasen las doce horas que faltaban para terminar la guardia y que viniese alguien que lo hiciese. Estaba dispuesto a hacerle la autopsia si hacía falta, pero aquello... ¡no! ¡De ninguna manera!
Sin embargo, no tuvo escapatoria. Lo hizo. No voy a entrar en detalles. Y después realizó muchos otros, y cuando ya se había acostumbrado, se acabaron las guardias de urgencias. Y aprendió aquella frase que los cirujanos les enseñan a todos los residentes en algún momento de las guardias:
                     "Quien no mete el dedo, mete la pata"

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