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domingo, 9 de diciembre de 2012

SI JUEGAS CON FUEGO, TE QUEMAS

 Esta semana una noticia nos ha conmocionado: entran a robar en casa de un ex-narcotraficante, le rocían con gasolina y le queman los genitales. Lo que se llama  hacerte unos huevos fritos. El tema suscitó todo tipo de comentarios, más o menos ocurrentes y malévolos. A mi me hizo recordar a una abuela octogenaria a la que sus nietos decidieron llevar a la playa la noche de San Juan para cumplir con la tradición de las hogueras. Según ésta, cuando el fuego ya ha quemado casi todo lo que tiene que quemar y sólo quedan rescoldos en la fogata, la gente salta por encima y pide un deseo. Para esto se requiere que los huesos y articulaciones estén en buen uso. Si llevas 20  años caminando con bastón, es mejor que no saltes. Pero al ver a los demás saltar sin dificultad, la abuela decidió que ella también podía. Pero, ay!... Los saltos acrobáticos son peligrosos y por encima del fuego peor. Cayó en medio de la hoguera y sufrió quemaduras muy importantes en lo que se llama propiamente los bajos fondos, que son los que inicialmente contactaron con las llamas. Y claro, explica tú luego en urgencias, donde lo primero que hacen es preguntarte la edad, que esas quemaduras son por saltar la hoguera de San Juan. Verás que risa!
El tema de usar un acelerante para darle más brío al fuego también es muy conocido. Siempre viene alguno que le echó gasolina a los rastrojos, al churrasco... y acaba en la unidad de quemados. Hace un tiempo tuvimos el caso de un hombre cuyo mayor orgullo era su cabellera. Era el símbolo de su eterna juventud y de su vigor sansoniano. Desde qué hizo la mili, hace ya 30 años, y descubrió que su almohada se poblaba de pelos que perdía por las noches, su obsesión era quedarse calvo. Es por eso que no fue al médico, sino que se consultó con el compañero de catre, el cual le contó su secreto. Este secreto lo guardaba celosamente desde los 20 años y consistía en friegas diarias y enérgicas con gasolina por todo el cuero cabelludo. Y así día tras día, hasta aquella fatídica mañana en que después del ritual habitual, decidió encender la estufa de butano. Se agachó y parte del pelo fue hacia delante donde prendió la llama de la estufa. Después de las friegas enérgicas, la tragedia estaba servida. Una llamarada acabó con sus treinta años de cuidados capilares. No le quedaron ni las cejas. En urgencias solo pedía una cosa:
- Un espejo, necesito un espejo- repetía a todos los que pasábamos por allí.

Su mujer decía:
-       No se lo deis que sí se ve así, se muere.

1 comentario:

  1. Miguel Antonio Hernández12 de diciembre de 2012, 11:48

    Muy buenos ejemplos de hasta donde puede llegar la estupidez humana. El número de tontos es infinito, y sigue aumentando. Mejor las experiencias vitales que aleccionan en sentido opuesto, para animarse un poco ante "la retirada" de la paga extraordinaria de Diciembre que,a partir de ahora, va a ser algo de lo más ordinario.

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