Las personas que vivimos en Galicia, donde los recursos son escasos, aprendemos desde pequeños que una cosa tiene siempre varias utilidades. Es lo que ocurre por ejemplo con el aguardiente (ver la entrada “El misterio de la abuela que mordía”), bebida espirituosa que se puede tomar sola o como potenciadora del sabor del café (el famosísimo café con “gotas”). Además, a lo largo de los siglos se ha utilizado, por sus bien probadas propiedades medicinales, como analgésico, antiséptico cuando nadie tenía agua oxigenada en casa, ungüento... La gente no estaba menos sana y era mucho más feliz. Ahora tenemos un producto para cada cosa, un botiquín lleno de medicamentos caducados y los armarios llenos de cachivaches inútiles. Antes, teniendo una botella de aguardiente a mano, tu vida estaba a salvo. Actualmente, con los recortes de la sanidad, tendremos que volver a lo tradicional, lo de toda la vida que tan buen resultado les dio a nuestros mayores.
La podemos usar para desayunar, con el cafecito, que la vida está muy dura y cualquier ayuda extra que tengamos nos viene bien. ¡Qué distinto es ir a trabajar con o sin aguardiente! Es nuestro “Ginseng” particular, al que sólo le falta el marketing que le han hecho los chinos al suyo, que es infinitamente peor.
Como analgésico es mucho más eficaz que la morfina, que te atonta. Es habitual que se use para los dolores de muelas e intestinales. Una vez vino una abuela medio borracha porque le dolía la barriga y había estado toda la tarde con chupitos de aguardiente, que eran “buenísimos” para el intestino. Claro que no sirve cuando tienes apendicitis, porque nos puede pasar lo que a esta pobre, que lleguemos perforados. Además, mucha gente mayor la usa para las populares “friegas”. ¿Quién va a usar una pomada antiinflamatoria pudiendo darse unas friegas con aguardiente? Te deja la piel como nueva y un aroma espectacular.
También se han descrito unos usos capilares muy interesantes. Esto lo aprendí de mi bisabuela, quien se lavaba el pelo por lo menos una vez por semana con aguardiente. Falleció a los 94 años sin una sola cana. No recuerdo si después le echaba champú. Debería haberme fijado más, pero sólo la veía deshaciendo su trenza larga estilo Pocahontas, echándose el aguardiente por toda la cabeza, frotando con energía, dejando secar el pelo y después, vuelta a hacerse la trenza y a ponerse el pañuelo negro bien ajustadito para no coger frío. Recientemente, me han contado que hay señoras que se toman una copita de aguardiente antes de ir a la peluquería porque dicen que así les coge mejor el tinte... ¡Cualquiera sabe! Puestas estas dos propiedades en una balanza, yo prefiero echarme el aguardiente por encima del pelo y no tener que teñirme.
Así que ya sabéis: hay que tener siempre una botella de aguardiente a mano. Es barata y te da energía sin límites, te quita los dolores, te mantiene el color y el peinado... Y si no te funciona para ninguna de las utilidades anteriores, por lo menos te ayudará a olvidar las penas. ¡Salud asequible a todos los bolsillos!