A veces tengo la impresión de que algunos pacientes y sus familiares piensan que dispongo de una varita mágica de hada madrina, de esas que con solo agitarlas ya has resuelto el problema. Ellos te cuentan el problema y ya está. ¿No eres médico? Pues arréglalo. Esta semana he tenido un caso muy representativo de esta teoría.
Se trata de una señora
que atiendo en la consulta desde hace al menos cinco años. Tiene todas las
papeletas posibles para ser agraciada con un infarto cardiaco o cerebral: una diabetes
mal controlada porque come de todo y no hace ejercicio, la hipertensión
disparada por la misma razón, el colesterol por las nubes, y muchísimos kilos
de más. Durante todo este tiempo le he repetido decenas de veces que tiene que
hacer dieta y perder peso. En cada consulta me hace la promesa de que se lo va
a tomar en serio, y luego, en la siguiente visita, la peso y tiene tres o
cuatro kilos más. Esta vez, ha pasado la barrera de los cien y se ha llevado
tal susto que ha dicho que ésta es la definitiva. “¡Por fin!”, pensé. Según me
contó, su alimentación diaria consistía en algo frito con patatas, mucho pan,
un postre dulce y coca cola para beber. “El agua me hace daño”, me aclaró.
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Lo
primero que tiene que hacer es cambiar la patata por verduras y no tomar tanto
pan.
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Las
verduras no me gustan, y sin pan no soy capaz de comer.
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¿Ninguna
verdura?
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Ninguna-
afirmó, sin dejarme opción.
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La
carne y el pescado engordan menos si los hace a la plancha.
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Solo
me gustan fritos. No pienso tomar nada hervido ni a la plancha.
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Los
lácteos mejor desnatados…
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Eso
no tiene sabor.
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Bueno,
pues entonces tendrá que hacer más ejercicio.
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No
tengo tiempo.
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Mujer,
está usted jubilada y no tiene que cuidar de los nietos…
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Ya,
pero tengo mucho que hacer.
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Mire,
después de recoger la cocina, a las cuatro de la tarde puede sacar un tiempo
para caminar una hora o dos.
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Imposible.
Tengo que ver “Sálvame”.
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Muy
bien. Pues nada, ya nos veremos en el hospital cuando le dé el infarto.
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¡Pero
cómo!- me contestó sorprendida-, ¿no piensa darme nada para adelgazar? ¿Se va a
quedar usted ahí tan tranquila esperando a que me dé algo?
Francamente, querida, tan
tranquila, no. Pienso hacerlo viendo Sálvame.