Según parece, los niños y los borrachos dicen siempre la verdad. En mi experiencia, es posible que esto también ocurra con los ancianos ingresados cuando se desorientan: que cuentan alguna verdad incómoda. Esta semana, a una de mis pacientes nonagenarias que llevaba varios días en el hospital, le cambiaron la compañera de habitación. Una tarde, llegó una señora con el pelo muy corto -a lo garçon-, completamente blanco, las orejas sin pendientes, la voz grave y el gesto serio. En cuanto entró y dio las buenas tardes, mi paciente empezó a quejarse en voz alta de que le habían metido un hombre en la habitación, que ¡vaya hospital!, que mezclaban hombres y mujeres, que aquello era un escándalo. Las enfermeras y el médico de guardia trataron de hacerla entrar en razón, sin ningún éxito. Aquella tarde y aquella noche, no hubo manera de convencerla. Al día siguiente, ya con la luz del día, se dio cuenta de su error y cuando vio la cara de enfado de su compañera, le pidió perdón. Le dijo que se había confundido y que la disculpase. Ni la mujer tipo garçon, ni su familia aceptaron las disculpas, ni le perdonaron, me abroncaron a mi como su médico y solicitaron cambio de habitación. Yo intenté defender a mi paciente con argumentos sencillos: era muy mayor, llevaba unos días desorientada, no había que tenérselo en cuenta... No hubo manera. Esa señora había dicho que su madre era un hombre y eso no se podía tolerar. La verdad es que todo me parecía un poco exagerado y yo sentía pena por mi paciente, a la que las neuronas le habían jugado una mala pasada.
Sin embargo, en cuanto salieron por la puerta, la cara de arrepentimiento se cambió a cara de pilla y me dijo:
- Es mejor que se vayan porque, además, era un hombre muy feo.
Sin que sirva de precedente, me vi obligada a darle la razón. ¡Si señor! ¡Muy feo!
Sin duda la avanzada edad no le impedía valorar el buen gusto.
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