Las costumbres
culinarias de cada uno pueden ser de lo más variopintas y se van adquiriendo
con el paso de los años y el devenir de los achaques. Cuando llegamos a los
noventa, nuestras rarezas se han convertido en hábitos fijos que no queremos
cambiar ni aunque nos ingresen en el hospital. Por ejemplo, es algo común desayunar leche con café, cacao o lo que sea y una
minoría toma té u otra infusión similar.
Sin embargo, los hay muy originales, y así, un paciente se quejaba de que no le
daban de desayunar lo que él quería.
- ¿Qué es lo que desayuna usted, entonces?
- Lo normal: galletas con “casera”. (“La casera” es una marca muy conocida de
gaseosa).
- Bueno, es probable que no haya gaseosa en el
hospital – le dijo su médico.
- ¿Quién habló de gaseosa? – replicó el paciente
extrañado -. Yo me refiero al aguardiente de casa (casera) en el que mojo las
galletas, que es la única forma de que me las coma.
Probablemente, la
recuperación de este nonagenario sea más rápida y satisfactoria manteniendo sus
costumbres matutinas, aunque éstas no nos parezcan muy ortodoxas, pero que son
de eficacia probada dada la buena salud física y mental de la que
presumía.
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