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domingo, 18 de mayo de 2014

HACER LA DIGESTIÓN

       Para contar la siguiente anécdota, os pondré en situación. Tarde de guardia. Urgencias a tope. Las camillas y las sillas de ruedas ocupan la sala de espera y buena parte del pasillo. Gente con angina, cólicos nefríticos, abuelos que no respiran, gastroenteritis... Y de repente, entra un padre angustiado con un hijo adolescente. El hijo mira al suelo y parece que pone cierta resistencia a entrar en el servicio de Urgencias. Pasan por mi cabeza distintas explicaciones para esta actitud: un problema psiquiátrico, una torsión testicular, una adolescencia rebelde... Dan sus datos y se acercan al box donde hacíamos el filtro inicial para clasificar según la gravedad y la urgencia. Allí estaba yo, una residente de primer año dispuesta  hacer una buena historia clínica.
- ¡Buenas tardes! ¿Cuál es el motivo de venir a urgencias?- pregunto dirigiéndome al adulto.
- Lo traigo porque se ha comido un bocadillo de chorizo- me contesta con preocupación.
          Pongo cara de asombro mientras el adolescente miraba al suelo, cada vez más fijamente, supongo que esperando a que se abriese y se lo tragase la tierra, para poder desaparecer y no dejar rastro.
- Ya, bueno, ¿estaba en mal estado? ¿Caducado? ¿Es alérgico?- pregunté intentando buscar una explicación lógica a semejante "urgencia".
- Que yo sepa, no... - me contestó el padre.
- ¿Entonces, qué?
- Pues, se ha comido el bocadillo y luego se ha metido en la bañera y tengo miedo de que le dé un "corte de digestión".
      
    Me imagino a ese padre entrando en el baño y obligando a su hijo adolescente a salir del agua para a continuación decirle que se iban a urgencias por si acaso le pasaba algo. Y ese pobre hijo, muerto de vergüenza, intentando convencer a su padre de que no le pasaba nada y de que no quería ir a ningún sitio y menos al médico. Y ¿cómo serán esas tardes de playa? Supongo que con cronómetro en mano, vigilado hasta el último segundo por su progenitor. Y así, mientras todos sus amigos llevaban siglos disfrutando del agua, él jugaba al parchís en la arena, debajo de la sombrilla, con varias capas de protector solar, esperando las tres horas de rigor de la digestión. ¡Triste infancia!

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