Es jueves por la noche y tres amigos quedan para ir a tomar algo. Hoy están pletóricos y eligen un furancho* que les han recomendado. Es verdad que en estos sitios no ponen tapas ni nada que sea comestible; allí solo se sirve vino del país. Nada más. No pensaban alargar tanto la noche, pero entre taza y taza les dan las tres de la madrugada. Cogen el coche y se dirigen a sus casas, pero de repente... ¡Horror! ¡Los picoletos! Un control de alcoholemia unos doscientos metros más allá. ¡Dan positivo, seguro! La multa, los puntos del carnet, la bronca de la parienta... ¡Hay que pensar algo! ¡Rápido! Entonces, a uno se le ocurre algo ingenioso.
- Voy a fingir un ataque de asma. Hoy parece que tenía algo de "pito" y seguro que cuela- dijo.
Los demás estuvieron de acuerdo, o no. No les dio tiempo a pensar. Las luces del control ya estaban iluminándoles de lleno. Y este actorazo que se perdió Hollywood inició la mejor actuación de su vida. ¡No podía respirar! ¡Se ahogaba! ¡Se moría! Sus bronquios debía sonar como una cafetera vieja y oxidada. Fue tan convincente que la misma Benemérita llamó a la ambulancia, ya que sus amigos estaban tan angustiados que no atinaban con el teléfono. Seguro que en algún momento, dudaron de si seguía fingiendo o era verdad. Le pusieron oxígeno, Ventolin, corticoides... y lo trasladaron al hospital con la mayor celeridad posible. Por supuesto, nadie se acordó de hacerles a sus amigos el control de alcoholemia.
Y es así como nuestro protagonista llegó a las cuatro de la madrugada a urgencias. Y cuando mi compañero se acercó a preguntarle qué le pasaba, inició este relato rocambolesco que parece de película de Almodóvar... Y mientras le escuchaba, el médico de urgencias pensaba: "esta historia ya sé a quien se la voy a contar mañana..."
Gracias a B.M. por sus aportaciones a este blog, con esta y otras historias.