La sabiduría popular, para algunas personas y en algunas culturas más que en otras, ha ido adquiriendo tal raigambre en algunos temas, que casi hablamos de dogmas de fe. Desmontar uno de estos mitos es prácticamente imposible. Pienso, por ejemplo, en el asunto de "hacer la digestión" durante tres horas antes de osar siquiera en meter una ínfima uña del dedo meñique de tu pie en el agua porque te podías morir ipso facto entre horribles convulsiones. ¡Qué miedo te metían en el cuerpo!
Una de estas creencias populares transmitidas de generación en generación en Galicia, es que no puedes comer pulpo con agua. Jamás. Bajo ningún concepto ni excepción. Porque te puedes poner muy mal. He intentado averiguar con distintos miembros de mi familia qué es lo que te puede pasar si bebes agua y comes pulpo. No he sacado nada en limpio. La respuesta más frecuente es: "te puedes poner malísima". ¿De qué?, pregunté con ingenuidad. Nadie lo sabe. Y cada vez que me ven comer pulpo con agua, se echan las manos a la cabeza. "Pero, ¿ qué haces ?", me dicen abriendo los ojos como platos y llenándome un vaso de vino, generalmente blanco, como si me hubiese mordido una víbora y aquello fuese el antídoto.
El otro día me acordé de esto porque vino un paciente a la consulta con un caso parecido. Revisando su historia, vi que iba a rehabilitación desde hacía unos meses, pero no encontraba el motivo.
- Usted, ¿por qué viene a rehabilitación? ¿Tiene mal alguna pierna o un brazo?- le pregunté.
- No, nada de eso. Lo que pasa es que comí pulpo y no le bebí vino y desde entonces lo tengo aquí atascado- decía dándose unos golpes enérgicos en el pecho-. Por eso tengo que ir a rehabilitación, y me dijo el médico que aún me quedan meses- añadió.
Yo no sé exactamente qué le había pasado, pero hoy comí pulpo y por supuesto, lo regué con un buen vaso de vino blanco. Yo no creo en las meigas, pero habelas hainas.