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miércoles, 20 de agosto de 2014

CÓMO REANIMAR A UNA SUEGRA

       La reanimación básica, que consiste en el masaje cardíaco y el llamado boca-a-boca, debería estudiarse en los colegios en lugar de otras muchas tonterías que no sirven para nada. Si esto fuese así, no podría estar escribiendo esta crónica digna de película almodovariana. Ayer, vi a una paciente había sufrido una electrocución al mover unos cables de un congelador. Del fogonazo, cayó al suelo inconsciente y el primero que la encontró fue su "futuro yerno" que me relató lo sucedido.
     - Oí un ruido muy fuerte y fui corriendo; me la encontré sin conocimiento en el suelo, así que la tuve que reanimar.
     El "futuro yerno" es uno de esos hipsters de barba negra poblada, y por un momento pensé que en el boca-a-boca la señora habría tragado miles de pelos. Así que le pregunté:
     - ¿Le hiciste el boca-a-boca?
     - ¡Uy, no!- contestó con cara de asco delante de la "futura suegra"- le di "bofetadas" hasta que empezó a boquear. Al principio, cada treinta segundos hacía un intento de respirar y cuando vino la ambulancia ya era más regular.
      Con este método que usó para que la suegra recuperase la respiración, no me atreví a preguntar si le había hecho masaje cardíaco, por miedo a la respuesta. Salió de la habitación y continué hablando con la "futura suegra". Decidí interceder por él porque, aunque estaba muy satisfecho con su hazaña, parecía que la suegra no lo estaba tanto.
     - Mujer-, le dije- le salvó la vida. Yo creo que ha hecho méritos.
   - ¿Me salvó la vida?- preguntó con ironía-. Lo que me dio fueron unos buenos sopapos. Dice que quiere casarse con mi hija pero no sé yo...

lunes, 18 de agosto de 2014

LA NATURALEZA ES SABIA

               Últimamente se ha descrito una nueva patología en niños que se ha denominado: "trastorno de déficit de naturaleza". Según algunos "expertos", la vida actual en las ciudades nos mantiene alejados de los espacios naturales y este contacto sería necesario para nuestro bienestar físico y psíquico. Los niños que viven cerca del medio natural tienen menos estrés y una mayor conciencia ambiental. Además, estos "expertos" lo han vinculado con un aumento de la obesidad, enfermedades respiratorias, déficit de atención con hiperactividad e hipovitaminosis D por falta de exposición al sol. Con todo esto, extraigo una conclusión: para decir todo esto no hace falta llamarse "experto" porque con aplicar el sentido común de nuestras abuelas y de nuestras madres, es suficiente. Toda madre normal sabe que sus hijos deben jugar al aire libre siempre que sea posible porque les dará el sol, lo cual fortalecerá sus huesos, harán ejercicio con lo que disminuirá el sobrepeso y desfogarán, con lo que llegarán a casa cansados y se irán rápido a la cama. No sé ni por qué les dan carrete en los medios de comunicación a estas perogrulladas.
        Leyendo sobre esto, un compañero recordó una anécdota que le había pasado hace unos años y que me la contó para el blog.
        Acudieron a su consulta una pareja joven. Ella estaba preparando oposiciones y llevaba meses encerrada estudiando. Contaba unos síntomas muy inespecíficos como astenia, debilidad, mareos, falta de ánimo... Todo un poco "flu". De repente, el marido la interrumpe y dice que a él le parece que ya sabe lo que le pasa.
- Verá doctor, ella está estudiando mucho. Entonces, yo lo dije que era mejor que fuésemos a dar una vuelta para tomar un poco de contacto con la naturaleza; desde ese día tiene todos los síntomas. Y claro, yo no sé si no habrá sido un "exceso de contacto con la naturaleza"...
    Lo decía completamente en serio. Quizás, esta había sido una niña con un "Trastorno de déficit de naturaleza" y claro, una tarde por el monte supuso un exceso de contacto. En aquel momento, mi compañero no se lo supo diagnosticar. Le dio unas vitaminas y le recomendó un poco de ejercicio físico y listo. Hoy le habría puesto el nombre al síndrome, y toda habría sido todo muchísimo más científico.

miércoles, 13 de agosto de 2014

TÉCNICAS MÉDICAS ESCATOLÓGICAS

        Los médicos hacemos cientos de exploraciones, maniobras y técnicas que nos sirven para diagnosticar las dolencias de nuestros pacientes. Cada uno va adquiriendo más pericia a medida que las va realizando y la mayoría se basan en una combinación de los sentidos de la vista, el oído y el tacto. Palpamos lo que vemos (no tocamos; palpamos, que es más elegante), e interpretamos lo que oímos.
       Pero hay una maniobra que no nos gusta ni a los médicos hacerla, ni a los enfermos que se la realicemos: el "tacto rectal". Cuando nos enfundamos los guantes y nos embadurnamos con vaselina el dedo índice de la mano derecha si somos diestros, o de la izquierda si somos zurdos, sabemos que nos adentramos en lo desconocido. Vamos a tocar algo que no vemos y eso siempre genera inquietud, ansiedad, desasosiego y una cierta precaución. Tanto es así, que sé de compañeros que han elegido en el examen MIR una especialidad  solo porque están seguros de que no van a tener que hacer tactos rectales. Es el caso de un amigo mío que eligió psiquiatría. No iba a tener que palpar, ni auscultar, ni percutir, ni, por supuesto, hacer tactos rectales. Durante la carrera, en las prácticas, había ido esquivando con gran pericia todas las oportunidades que se le habían presentado de realizar esta maniobra. Llegó al MIR y eligió una plaza de psiquiatría. " Me libro", pensó feliz. Pero, hete aquí que le toca hacer guardias de urgencias durante unos meses de R1 y, un fatídico día, aparece un paciente con dolor abdominal. Le hizo la historia clínica al detalle, le exploró todo lo explorable y le pidió todas las pruebas que se pueden pedir en urgencias. Cuando lo tuvo todo, se acercó a la médica adjunta que le supervisaba y le presentó el caso. Notaba una cierta intranquilidad y que transpiraba más de la cuenta. Sabía el motivo, pero aún le quedaba una pequeña esperanza de que no fuese necesario. Así que esperó. Su compañera leyó todo, valoró todas las pruebas y exploraciones realizadas y, mirándole fijamente, le dijo:
- Muy bien, muy bien... Solo te falta una cosa.
      La sudoración se hizo más fuerte y el pulso se aceleró. Su subconsciente lo sabía, se lo estaba diciendo a gritos: "tienes que hacerle un tacto rectal". Quiso hacer un último intento, quemar otro cartucho...
- ¿Le pido una resonancia magnética?
- Ya sabes que eso no se hace en urgencias...
- ¿Una arteriografía?
- No.
- ¿Unos anticuerpos antinucleares?- dijo con un hilillo de voz casi inaudible.
- No es necesario. Te falta una cosa, ¡y lo sabes! 
 
        Ya no se le ocurría nada más, ninguna otra prueba que fuese ocupando el tiempo y, con un poco de suerte, pasasen las doce horas que faltaban para terminar la guardia y que viniese alguien que lo hiciese. Estaba dispuesto a hacerle la autopsia si hacía falta, pero aquello... ¡no! ¡De ninguna manera!
Sin embargo, no tuvo escapatoria. Lo hizo. No voy a entrar en detalles. Y después realizó muchos otros, y cuando ya se había acostumbrado, se acabaron las guardias de urgencias. Y aprendió aquella frase que los cirujanos les enseñan a todos los residentes en algún momento de las guardias:
                     "Quien no mete el dedo, mete la pata"

lunes, 4 de agosto de 2014

BIBERONES TERAPÉUTICOS

            Muchos de nosotros recordamos con nostalgia los años ochenta, no solo por la música, sino también porque la vida era mucho más sencilla. No éramos tan dependientes de la tecnología, ni teníamos tanta prisa por llegar a ninguna parte. Si teníamos que esperar a alguien, lo hacíamos tranquilamente, sin enviarle miles de wassaps preguntándole dónde está y cuando llega, y sin tener la sensación de que perdíamos el tiempo.
 
            Esta semana, un conocido mío que trabajó durante esos años como conductor de ambulancias, me contó una de las muchas anécdotas que le ocurrieron. Por aquel entonces, solo un hospital de la ciudad disponía de escáner y, por las tardes, él se dedicaba a trasladar enfermos de otros hospitales para realizarles esa prueba. Los llevaba, aparcaba la ambulancia en la puerta, y los esperaba tranquilamente para llevarlos de vuelta. Un día, mientras estaba esperando, ve aparecer doblando una esquina a un paciente que impulsaba cuidadosamente su silla de ruedas. Estaba ingresado en cirugía vascular y le habían amputado las dos piernas por un problema circulatorio relacionado con el tabaco. Se le acercó, miró a derecha e izquierda para asegurarse de que nadie le oía y le dijo:
 
- ¿Me puedes hacer un favor?
- Si, claro- le contestó con curiosidad. ¿Cómo podría negarle algo a alguien que va en silla de ruedas?
- Mira- le dijo casi susurrando-, te voy a dar cuarenta duros (doscientas pesetas) y vas a aquel bar que hay en la esquina y le pides "un biberón" al camarero que está en la barra. Él ya sabe lo que es.
 
             El ambulanciero bajó la pequeña cuesta que lo separaba del bar pensando que a este enfermo no le debía de gustar la leche del hospital y que seguramente la del bar sería más sabrosa y, probablemente, más nutritiva. Por otro lado, con cuarenta duros se podían comprar muchos litros de leche, era otra época. Quizás eran varios los enfermos a los que no les gustaba y ponían dinero entre todos, pensó. Llegó al bar, se acercó a la barra y le dijo al camarero que un paciente del hospital le había dicho que le diese "un biberón".
 
- Ahora mismo- le contestó sin inmutarse-. ¿De cuánto se lo pongo?
- De cuarenta duros- contestó titubeante.
   
         El camarero se inclinó y cogió una botella de cristal sin etiquetas que tenía debajo de la barra, desenroscó la tapa, cogió una botella de whisky y empezó a rellenar "el biberón". Una vez que había medio litro más o menos, se lo dio y le cobró el dinero.
    
        Desde entonces, fue  a buscar muchos "biberones" que, según el precio, podían ser de whisky o de vino tinto; nunca de leche.  Siempre tuvo una cierta inquietud por si esos "biberones" empeorarían la enfermedad. Cuando le comenté que lo peor para estas patologías era el tabaco y que el alcohol podría ser incluso beneficioso porque ayudaba a limpiar las arterias, se quedó mucho más tranquilo. En realidad, ese "tráfico de biberones" había sido una auténtica obra de misericordia.