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domingo, 24 de febrero de 2013

¿CONSULTA O MERCADILLO?


 El marketing forma parte de nuestra vida y algunos creen que cualquier lugar es bueno para hacer sus business; entre estos sitios está la consulta del médico. Por allí va desfilando gente de distintos puntos de la ciudad o de pueblos cercanos y en los que cualquier distracción que alivie y distraiga la espera, es bienvenida. Generalmente se entretienen hablando de si el médico “les acertó” o no con el diagnóstico, de quien de los presentes tiene peor la tensión o el azúcar, o el colesterol bueno o el malo. Otro tema es el número de pastillas que toman, iniciando una especie de competición numérica en la que a mayor número de píldoras, menos años de vida te quedan. En medio de este caos, un  buen vendedor puede hacer su agosto, porque siempre distrae a la tropa del tema de la enfermedad.
En el ranking de las vendedoras plastas están las de la Thermomix, como ya conté en un post anterior (Doctora, ¿usted tiene la Thermomix?) y en esa línea están también las de Stanhome, que te dejan el catálogo con marcas de bolígrafo rojo en los productos que creen que te pueden interesar. Además, en el lateral va escrito su nombre y número de teléfono y suelen decirte que te hacen precio especial si haces un pedido en grupo con tus compañeras de café. Debo aclarar que todo lo que cuento es verídico, por si alguien cree que se me está yendo la cabeza.
También hay casos más surrealistas como el de un compañero que trabaja en un hospital privado y al que un paciente intentó venderle unos calcetines -tres pares, cinco euros- para poder saldar la deuda que había contraído, ya que se había ido sin pagar. Para más recochineo apareció en la consulta para hacerse una revisión, la cual tampoco pagó, y allí intentó colocar sus calcetines al médico y a los demás pacientes de la sala de espera, que estaban flipados.
Además, tengo una paciente que vende marisco y que cada vez que viene trae unos percebes por si se los quiero comprar, que me los deja a buen precio. Pero claro, comprárselos y que la consulta quede oliendo a mar todo el día, no me parece lo más adecuado. Sé de buena tinta que nunca vuelve a casa con el marisco sin vender porque lo pone a precio de ganga, y siempre hay alguien en la sala de espera que se lo compra. La última vez que la vi, y en vista del éxito comercial, ya me ofreció nécoras, percebes y una centollita fresquita. Me empieza a preocupar que la gente confunda la consulta con la Marisquería Rías Baixas, pero siempre he sido partidaria del “libre mercado” y, por otro lado, ya se sabe que la salud empieza por una buena alimentación.

domingo, 17 de febrero de 2013

LOS TRUCOS DE LAS CENTENARIAS






Llegar a los noventa es una lotería, pero alcanzar los cien años roza lo milagroso, sobre todo si la cabeza te funciona y mantienes el buen humor. A todos nos encantaría saber cómo lo han hecho, como esas famosas que nos cuentan sus secretos de belleza en Telva, que siempre son los mismos: beber mucha agua y dormir ocho horas. Yo añadiría: y no pegar golpe. Pero claro, eso no lo dicen.  Cuando uno es centenario,  ¿cómo va el médico a prohibirte algo? Y también, ¿cómo va a recomendarte tal pastilla o tal dieta para que vivas más? ¡Por favor!, que  estamos hablando de personas casi-inmortales. Hay gente que dice que la mejor manera de llegar a los cien años es no yendo al médico, y razón no les falta. Esta semana he visto ingresada a una señora de 102 años y mientras la auscultaba me apartaba el pelo de la cara porque decía que así estaba más guapa. Ante semejante cariño y al ver que tenía pocos dientes, quise facilitarle el tema de la comida que siempre es un “caballo de batalla” con la gente mayor.

-          ¿Qué quiere que le ponga de dieta?- le pregunté.

-          Yo como de todo- me dijo tan tranquila.

-          Bueno, pues un pescadito blandito.

-          ¡Uy!, no, no, que puede tener anisakis- me dijo sin equivocarse con semejante palabro.

Me sorprendió bastante que se preocupase por eso y que supiese lo que era, y cambié la opción.

-          Una pechuga de pollo, entonces.

-          ¡Ni hablar! Desde lo de la gripe aviar no he vuelto a comer pollo- me dijo con cara de susto, casi como si quisiese envenenarla.

Miré hacia su hija octogenaria que se reía mirando mi cara de “¿qué pasa aquí?”.

-          Doctora, se cree todo lo que oye en la televisión y tuve que prohibirle ver “Saber vivir”, porque nos enloquecía a todos- me dijo su hija.

-          Bueno, la carne le será un poco dura…

-          Tampoco la tomo desde hace por lo menos diez años- me aclaró la centenaria.

-          ¿Y eso?- le pregunté.

-          Por lo de las “vacas locas”, no sea que me dé una demencia, que fíjese usted que desastre a mis años.

¡Pues si! Al final, después de una dura negociación llegamos a un acuerdo. Su dieta consistiría en natillas, arroz con leche y zumos. Me lo resumió con la siguiente frase: “Como de todo y al final no como de nada”. Y aun añadió la puntilla final:

-          Las natillas hágamelas espesitas y no le deje grumos.

La verdad es que me dieron ganas de hacerle unas natillas en la Thermomix y llevárselas.

Con este caso recordé el de otra centenaria que estaba ingresada y cuando revisé la historia, vi que la habían operado hacía un año de cataratas y que en los papeles de oftalmología ponía: “paciente de 90 años…” Fui a buscar el año de nacimiento en sus datos y vi que no podía tener noventa años. Tendría que tener cien… Así que me entró la duda de si la historia sería de otra paciente. Le pregunté a la interesada:

-          ¿Es usted fulanita, vive en tal sitio y nació en tal fecha?

-          Pues si, soy yo.

-          ¿Y le operaron el año pasado de cataratas?

-          Si, me dejaron muy bien y ahora leo el periódico sin gafas.

-          Pero en la historia de oftalmología pone que tenía noventa años…- le digo inocentemente.

-          Bueno, (tragó saliva) es una mentirijilla que le dije al oculista, porque si les digo que tengo cien años no me operan, o me ponen un “cristal” malo. Les dije noventa y coló. ¡Una tiene sus trucos!

 Ya lo decía House: “los pacientes siempre mienten”. Pero en este caso, y sin que sirva de precedente, creo que el fin justifica los medios.

 

 



 

martes, 5 de febrero de 2013

AUSCULTAR TAMBIÉN ES UN ARTE

            El instrumento por el que más se identifica a un médico es el estetoscopio. Como diría alguno: "el chisme ese que usáis para escuchar el corazón". Mucho más fácil que decir "estetoscopio" o "fonendoscopio". En realidad, se puede auscultar casi cualquier cosa: el corazón, el pulmón, los movimientos del intestino, las arterias si tienen un soplo... Incluso, se de alguno que auscultaba el cráneo con el fonendo mientras decía: ahora piense, ahora no piense. Imitaba aquello de: respire, no respire. En el pulmón, nos es muy útil que la gente diga "treinta y tres" o "carretera". El asunto es que la palabra tenga una erre fuerte, porque así escuchamos la transmisión del sonido y nos sirve para afinar en el diagnóstico. En una ocasión, un compañero le dijo a un paciente al que estaba auscultando:
- Diga treinta y tres.
- Treinta y tres.
- Otra vez.
- Treinta  y tres.
La idea es que lo dijese seguido mientras iba poniendo el fonendo es distintos puntos y así comparar los diferentes sonidos.
- Siga, siga- le animó el médico.
- Treinta y cuatro, treinta y cinco, treinta y seis...

       También hay los que piensan que tenemos visión ultra de rayos X en los ojos y vemos y auscultamos a través de la ropa, un poco tipo Superman. Esta semana, llegó un paciente a la consulta de neumologia ( especialidad del pulmón) con tos y falta de respiración. La neumóloga le hizo la historia clínica y después quiso auscultarlo. (¡Qué menos!)
- Sáquese la camisa, que le tengo que auscultar
- No hace falta- le decía.
- Pero usted ha venido porque no respira. Tengo que auscultarle el pulmón. Sáquese la camisa.
- Es que llevo una semana sin lavarme- le dijo. - Pero no se crea que no tengo cuarto de baño. Tengo  uno precioso, nuevecito. Lo hice hace diez años yo mismo.

Si que debía estar nuevecito, pero por falta de uso. Y tampoco debía pagar mucho de recibo del agua.