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domingo, 27 de enero de 2013

MISIÓN SECRETA

Siempre he creído que la NASA tiene unos criterios de selección muy estrictos, con muchos test psicológicos, además de pruebas de inteligencia, resistencia física, etc... Sin embargo, esta semana me han asaltado ciertas dudas, y creo que Obama ha dado orden de ser menos duros con el casting de astronautas. Es la única explicación verosímil a dos casos que han visitado nuestro servicio de urgencias. El primero acudió por quemaduras en la palma de ambas manos. El aspecto era de un señor normal, bien vestido y aseado: nada sospechoso.  Pero cuando los compañeros le preguntaron cómo se había quemado, saltó la liebre:
- ¿Cómo se hizo las quemaduras?- pregunta la médico de urgencias.
- Muy sencillo, al entrar en contacto con la atmósfera.
- ¿Cómo?- repitió, pensando que había entendido mal.
- Pues eso. Bajaba de Marte a toda velocidad, sin guantes, y claro, al entrar en contacto con la atmósfera me quemé por el rozamiento.
Claro, claro, todo muy lógico. Creo que el salto desde la estratosfera de Baumgartner ha hecho mucho daño, y le han salido imitadores que al no contar con el equipo necesario, saltan sin guantes y se queman.

El segundo caso fue el de un paciente que llegó con varios huesos de la mano rotos. También de aspecto normal y sin levantar nuestras sospechas.
- ¿Cómo fue el golpe?
- Contra el ala de un avión- dijo como si fuese lo más normal.
-Pero, ¿el avión donde estaba?- le preguntan, por sí era mecánico del aeropuerto o algo así.
- Volando, por supuesto. Yo iba en paralelo y al hacer un viraje me golpeé contra el ala. Fue mala suerte.

Pues sí que fue mala suerte, con lo grande que es el espacio aéreo. No sé, quizás estaban los dos en una misión de la NASA para el gobierno de los EEUU. Al ser accidentes laborales, los deberían atender en la Mutua de la NASA porque les puede dejar secuelas de estrés post-traumático y además no está bien que nos estemos enterando todos aquí de esas misiones tan ultrasecretas. Podría ser un caso de seguridad nacional. ¡Estáis avisados!

lunes, 21 de enero de 2013

OBRAS MAYORES Y MENORES

OBRAS MAYORES Y MENORES
El mundo de la medicina es muy metafórico, y más en Galicia: vueltas y más vueltas antes de decir directamente lo que les pasa. Cuando hablamos de funciones fisiológicas, a veces más que metáforas son casi escenas de ciencia ficción. Existe un asunto trascendente que eclipsa cualquier otra preocupación que se pueda tener, sobre todo para personas de una cierta edad. Se trata de ese acontecimiento que divide el día en un antes de y un después de. Hasta que no se ha producido están inquietos, desasosegados, ausentes, no atienden ninguna explicación. Puede que estén ingresados por algo gravísimo, no ser capaces de respirar, de comer o tener mucho dolor. Lo primero que les preocupa es esto, y te lo dicen nada más entrar por la puerta, antes de los buenos días.
- Buenos días, ¿qué tal está?
- Muy mal, estoy malísimo- responden con cara de agobio.
- ¿Le duele algo? ¿Se encuentra mal? ¿No respira?- yo no le veo aparentemente ningún síntoma de alarma.
- Estoy a punto de morirme, porque esto no funciona.
- ¿Pero qué no funciona?- le digo sorprendida.
- No funciona nada. Hace dos días que no "obro" y esto es mala señal.

La palabra mágica: "obrar". Lo que todos diríamos: hacer obras. Pues no. En Galicia y para sus paisanos, la forma más común de decirte que están estreñidos y de pedir un laxante es: -hace tantos días que no "obro"-. Interesante, ahora que el tema del ladrillo esta tan parado en España. ¿Qué es eso de no obrar? ¿Se acabaron los ladrillos, la masa o el cemento?
Una vez que han pasado los años y la experiencia se ha ido acrecentando, me doy cuenta de que este asunto es fundamental. Así que, con algunos pacientes, nada más entrar por la puerta, ya les hago la pregunta trascendental, la que más les gusta, la que esperan ansiosos:
- Buenos días. ¿Obró usted hoy?- pregunto con sumo interés.
- Pues aún no, doctora- me contestó un paisano-. Pero no se preocupe, que está llamando a la puerta.

Daban ganas de contestarle:
- Pues, ¿a qué espera?. Ábrale, hombre, ábrale.

domingo, 13 de enero de 2013

¡DONDE ESTÉ UN BUEN COGNAC, QUE SE QUITE LA EPIDURAL!

                 
          Hasta no hace muchos años, la mayoría de las mujeres daban a luz en casa, donde las “parteras”, hacían lo que podían. Lo hemos visto en infinidad de películas del oeste, cuando lo primero en estos casos era ir a buscar al médico que solía estar borracho, poner agua a calentar, sacar trapos del armario y coger la botella de güisqui, una especie de anestesia epidural de la época. Esta semana, hablando con un paciente octogenario, de repente su mujer nos interrumpe y dice lo que dicen casi todas:

-         Doctora, mi marido no me come nada. Le hago todo lo que le gusta y acabo teniendo que comérmelo yo.
-         La verdad es que está un poco “escuchimizado”- le digo.

El contraste entre los dos, era verdaderamente llamativo. Ella oronda, de comer lo suyo y lo del marido, y él, que casi no se veía de perfil. Pero, a ella no le gustó nada que le hubiese dicho eso, como si me pareciese que su marido era “poca cosa” y me dijo:

-         Pues a mi me sirvió, que tuve hijos de cinco kilos y medio.

Pensé que era mejor cambiar de tema y profundizar en el asunto, por si había material para el blog. Así que le pregunté:

-         Por cesárea sería, ¿no?
-         Todos por su vía natural, y en casa- comentó orgullosa. Para los cuatro primeros, la partera del pueblo, que era una señora que se amañaba bastante bien. Ningún problema. Para el quinto, como yo ya tenía una edad, mi marido se empeñó en ir a buscar a una comadrona titulada. El parto empezó a las ocho de la mañana y el niño nació a las 2 de la tarde. Tuve problemas porque no salía un hombro y la comadrona sudaba la gota gorda. De repente, le dice a mi marido:
o       - ¿Tiene usted cognac, güisqui, aguardiente o algo?
o       -  Tengo un cognac muy bueno.
o       – Pues traiga una copa llena y deje aquí la botella.
     Mi marido, le pregunta asustado:
o       – Pero mire, ¿no le hará daño a la criatura?
o       - ¿A la criatura?- le dice extrañada- imposible.
o       - Bueno, pero al tomárselo la madre le puede pasar al niño.
o       - Así si, pero es para mi, no para la madre. ¿Cómo se le ocurre…?- le dice enfadada.
   - Total, que aquello se complicaba y ella, cuanto más sudaba, más bebía. Al final, se tomó la botella entera y cuando por fin sacó al niño, no pudo ni limpiarlo. Tuvo que tumbarse a dormir la borrachera y al cabo de unas horas la tuvieron que llevar a casa en coche, porque aun no se tenía de pie. ¡Fue el parto más divertido que tuve!

domingo, 6 de enero de 2013

LA MUERTE TENIA UN PRECIO



Todo el mundo tiene una historia que cuenta en cualquier lugar y ocasión. Algunas  parecen más o menos verosímiles y, al escucharlas, te das cuenta de que están compuestas de grandes dosis de imaginación aderezado con unos granitos de realidad. Sin embargo, de tanto que las han contado, acaban pareciendo reales y el que las cuenta termina creyéndose su propio invento e incluso sus recuerdos son tan nítidos que parece que sucedieron así alguna vez. Creo que lo que contó un paciente esta semana va un poco de esto. Una historia exagerada que le contaron, que incorporó a sus recuerdos como si de verdad lo recordase y que repite sin pararse a pensar. Le estaba explicando lo que le pasaba y lo que tenía que hacer para ponerse bien, cuando de repente me dice:

- Bueno doctora, no se preocupe tanto que yo no creo que me muera de ésta.
- ¿Y eso, por qué?- le pregunto dándole pie. Aquí hay material, pensé.
- Pues porque ya estuve muerto, en la caja y todo, y al final, nada de nada.
- ¡Venga ya!- le digo, con cara de excéptica.
- Pues si. Tenía 5 años y me estaban velando en casa. Llegó un amigo de mi padre y le preguntó:
- ¿Por qué tienes al niño metido en una caja de difuntos?
- Pues porque esta muerto- le contestó mi padre.
- ¡Qué va a estar muerto!
- Lo pone el papel del médico.
- El médico no tiene ni idea. Sácalo de ahí, mételo en cama con una moneda de 10 pesetas debajo de la almohada y ya verás como mañana está perfectamente.
Mi padre así lo hizo y aquí estoy.
- ¿Y por qué una moneda de 10 pesetas? ¿Por qué no un billete?
- Porque 10 pesetas era lo que costaba una Misa de difuntos y si metías el dinero debajo de la almohada, la deuda ya quedaba saldada y tú no te morías.
- ¿Y tiene usted una moneda de 10 pesetas para poderse escapar de ésta?- le pregunto. Porque ya no las hacen...
- ¡Uy no! Yo ahora pongo 1 euro que es más dinero y supongo que será mejor.
-  Más dinero que 10 pesetas si que es, pero la tarifa de las Misas de difuntos anda por los 50 euros. Así que vaya usted actualizando el IPC que le veo mal...